Es que no lo hizo, nunca lo hizo.
Como ya lo dije, la propaganda nazi tenía una base anticientífica; y por eso estaba condenada al fracaso. Sin embargo, su popularidad goza de muy buena salud. Casi todo el mundo parece coincidir en que el aparato de propaganda nazi llevó a la histeria colectiva y alienó a todos los ciudadanos del pueblo alemán, lo que desembocó en el apoyo a las patentes atrocidades del régimen. Nada más lejos de la verdad.
Recapitulemos: había quedado claro que Edward Bernays descubrió que Goebbels utilizaba su libro Crystallizing Public Opinion para diseñar el sistema de propaganda nazi. Bernays, sobrino de Freud, anhelaba que la fama de su tío lo abrigara a él también y por eso intentó aplicar en su modelo de propaganda la basura pseudocientífica del psicoanálisis.
Pues bien, no fue el único paso en falso de los alemanes en cuanto a propaganda. De hecho, me sorprendería que esta hubiera funcionado en lo absoluto, pues no fue más que una colcha de retazos de pseudociencia, falacias y razonamientos erróneos -sostenidos a sangre y fuego-.
Además del psicoanálisis, el sistema de propaganda nazi emergió cuando el estudio de la comunicación recién empezaba. De hecho, el sistema goebbeliano lo único que hizo fue seguir la senda trazada unos años antes de 1920 que sugería que el funcionamiento de los medios de comunicación era como el de una aguja hipodérmica, o sea, que cualquier cosa que se dijera a través de los medios sería aceptado acríticamente y de igual manera por todos y cada uno de los receptores. Este paradigma de estímulo-respuesta desconoce la individualidad de las personas y entre sus corolarios se encuentra aquel de que la sociedad es una gran maquinaria y cada uno de nosotros es un engranaje, cuyo único propósito en la vida es el de cumplir con la función social asignada.
Dejando de lado lo ofensiva, utilitarista y desigualitaria que puede resultar esta concepción del ser humano -que no es de extrañar que utilizara el régimen nazi-, también vale la pena recordar que sus implicaciones prácticas incluyen la conservación de los statu quo de clases y de castas, y que es una patente de corso para eliminar a aquellos que no cumplen con ninguna función social.
Por supuesto, esta concepción de la comunicación ya está revaluada. Pero eso todavía no contesta la pregunta. Si, después de todo, es una mezcla de psicoanálisis y teoría funcionalista, ambas anticientíficas, ¿por qué se tiene la impresión de que funcionó?
Por una razón muy sencilla. La situación económica, social e histórica que atravesaba Alemania durante la segunda década del siglo 20 la arrinconó en una crisis que afectó a todos los niveles de la sociedad. Tal como predijo el genial John Maynard Keynes en The Economic Consequences of the Peace, el Tratado de Versalles llevó a que Alemania quedara -aún más- quebrada y su pueblo padeciera los embates de la pobreza. En estas condiciones y en vista de que los judíos controlaban la parte superviviente de la economía alemana, a los resentidos nazis no les quedó muy difícil encontrar un enemigo común -imaginario- para el pueblo alemán y apelar a los más bajos instintos de sus interlocutores. Ante el miedo y sosiego, la gran mayoría de los alemanes rápidamente adhirieron a unas propuestas que les hicieron sentirse protegidos. Compraron palabrería, como cualquier persona que se une a una religión o que va a consultar homeópatas, adivinadores de la fortuna, médiums, videntes o cualquier otro magufo. En busca de respuestas y seguridad, tomaron la primera opción que se les ofreció sin detenerse a analizarla por un segundo.
Fue entonces cuando Harold Lasswell creyó ver que la propaganda nazi había sido aplicada con éxito y empezó a escribir al respecto. Poco después fue nombrado jefe de la División Experimental para el Estudio de Comunicaciones de Tiempo y en ejercicio de su flamante nuevo cargo, tiñó la propaganda estadounidense de la misma basura pseudocientífica que su contraparte Goebbels.
Ahora he respondido la pregunta pero la respuesta trajo otra pregunta que queda por responder: ¿por qué entonces es que ha funcionado la propaganda funcionalista de EEUU?
Y la respuesta es la misma: no lo ha hecho, nunca lo hizo.
Esta vez la explicación es un poco más sencilla. Con el Tratado de Versalles, Alemania se había visto obligada a pagarle a EEUU una cantidad desorbitante de dinero. En ese entonces la moneda patrón para las transacciones internacionales era el oro. Como sabe cualquier economista, a mayor cantidad de dinero circulante, mayor inflación; y el oro no iba a ser la excepción. La Gran Depresión vino cuando la burbuja especulativa de la bolsa de Nueva York explotó en ese clima inflacionario.
Con las medidas del New Deal de FDR, la confianza en las instituciones gubernamentales gringas empezó a subir como espuma y la recuperación económica se hizo patente -¡Keynes vuelve a salvar el día!-. Al igual que en Alemania, el temor fundado en EEUU sirvió para que los ciudadanos hicieran causa común. En este caso, sin embargo, la política de Roosevelt se destacó por un Estado de Bienestar y una política económica exitosa que redundaron en un sentimiento de patriotismo muy fuerte en el pueblo estadounidense -algo que nunca les ha faltado-. Al llegar el momento de entrar en la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses no tuvieron reparo en enlistarse de una manera acrítica, contra el enemigo común de todos los ciudadanos de su país, el país # 1.
De hecho, la situación se repetía, como en Alemania: un agente externo se convertía en un enemigo común y amenazaba la continuidad del pueblo. Sin necesidad de propaganda, habrían subido a los aviones y acorazados a repeler la estupidez nazi. Tanto es así, que tras el ataque a Pearl Harbor, el presidente Roosevelt permitió la creación de campos de concentración en territorio estadounidense en donde tuvo encerrados a nipones-americanos y estadounidenses en una clara violación de sus derechos civiles sin que nadie le dijera nada, hasta que en 1944, después de dos años, la Corte Suprema le puso fin a esta impostura.
Los ingredientes suelen ser los mismos. Siempre anestesian las facultades críticas de los ciudadanos y por esto pueden llegar a cometer locuras que en sano juicio jamás llevarían a cabo. Eso no hace que los sistemas de propaganda que usan los regímenes que se valen de la poderosa fórmula sean válidos, legítimos, útiles, productivos, verdaderos, reales o que funcionen. Así como todo el resto de las pseudociencias, magufadas y la charlatanería, no lo hace.
Como ya lo dije, la propaganda nazi tenía una base anticientífica; y por eso estaba condenada al fracaso. Sin embargo, su popularidad goza de muy buena salud. Casi todo el mundo parece coincidir en que el aparato de propaganda nazi llevó a la histeria colectiva y alienó a todos los ciudadanos del pueblo alemán, lo que desembocó en el apoyo a las patentes atrocidades del régimen. Nada más lejos de la verdad.
Recapitulemos: había quedado claro que Edward Bernays descubrió que Goebbels utilizaba su libro Crystallizing Public Opinion para diseñar el sistema de propaganda nazi. Bernays, sobrino de Freud, anhelaba que la fama de su tío lo abrigara a él también y por eso intentó aplicar en su modelo de propaganda la basura pseudocientífica del psicoanálisis.
Pues bien, no fue el único paso en falso de los alemanes en cuanto a propaganda. De hecho, me sorprendería que esta hubiera funcionado en lo absoluto, pues no fue más que una colcha de retazos de pseudociencia, falacias y razonamientos erróneos -sostenidos a sangre y fuego-.
Además del psicoanálisis, el sistema de propaganda nazi emergió cuando el estudio de la comunicación recién empezaba. De hecho, el sistema goebbeliano lo único que hizo fue seguir la senda trazada unos años antes de 1920 que sugería que el funcionamiento de los medios de comunicación era como el de una aguja hipodérmica, o sea, que cualquier cosa que se dijera a través de los medios sería aceptado acríticamente y de igual manera por todos y cada uno de los receptores. Este paradigma de estímulo-respuesta desconoce la individualidad de las personas y entre sus corolarios se encuentra aquel de que la sociedad es una gran maquinaria y cada uno de nosotros es un engranaje, cuyo único propósito en la vida es el de cumplir con la función social asignada.
Dejando de lado lo ofensiva, utilitarista y desigualitaria que puede resultar esta concepción del ser humano -que no es de extrañar que utilizara el régimen nazi-, también vale la pena recordar que sus implicaciones prácticas incluyen la conservación de los statu quo de clases y de castas, y que es una patente de corso para eliminar a aquellos que no cumplen con ninguna función social.
Por supuesto, esta concepción de la comunicación ya está revaluada. Pero eso todavía no contesta la pregunta. Si, después de todo, es una mezcla de psicoanálisis y teoría funcionalista, ambas anticientíficas, ¿por qué se tiene la impresión de que funcionó?
Por una razón muy sencilla. La situación económica, social e histórica que atravesaba Alemania durante la segunda década del siglo 20 la arrinconó en una crisis que afectó a todos los niveles de la sociedad. Tal como predijo el genial John Maynard Keynes en The Economic Consequences of the Peace, el Tratado de Versalles llevó a que Alemania quedara -aún más- quebrada y su pueblo padeciera los embates de la pobreza. En estas condiciones y en vista de que los judíos controlaban la parte superviviente de la economía alemana, a los resentidos nazis no les quedó muy difícil encontrar un enemigo común -imaginario- para el pueblo alemán y apelar a los más bajos instintos de sus interlocutores. Ante el miedo y sosiego, la gran mayoría de los alemanes rápidamente adhirieron a unas propuestas que les hicieron sentirse protegidos. Compraron palabrería, como cualquier persona que se une a una religión o que va a consultar homeópatas, adivinadores de la fortuna, médiums, videntes o cualquier otro magufo. En busca de respuestas y seguridad, tomaron la primera opción que se les ofreció sin detenerse a analizarla por un segundo.
Fue entonces cuando Harold Lasswell creyó ver que la propaganda nazi había sido aplicada con éxito y empezó a escribir al respecto. Poco después fue nombrado jefe de la División Experimental para el Estudio de Comunicaciones de Tiempo y en ejercicio de su flamante nuevo cargo, tiñó la propaganda estadounidense de la misma basura pseudocientífica que su contraparte Goebbels.
Ahora he respondido la pregunta pero la respuesta trajo otra pregunta que queda por responder: ¿por qué entonces es que ha funcionado la propaganda funcionalista de EEUU?
Y la respuesta es la misma: no lo ha hecho, nunca lo hizo.
Esta vez la explicación es un poco más sencilla. Con el Tratado de Versalles, Alemania se había visto obligada a pagarle a EEUU una cantidad desorbitante de dinero. En ese entonces la moneda patrón para las transacciones internacionales era el oro. Como sabe cualquier economista, a mayor cantidad de dinero circulante, mayor inflación; y el oro no iba a ser la excepción. La Gran Depresión vino cuando la burbuja especulativa de la bolsa de Nueva York explotó en ese clima inflacionario.
Con las medidas del New Deal de FDR, la confianza en las instituciones gubernamentales gringas empezó a subir como espuma y la recuperación económica se hizo patente -¡Keynes vuelve a salvar el día!-. Al igual que en Alemania, el temor fundado en EEUU sirvió para que los ciudadanos hicieran causa común. En este caso, sin embargo, la política de Roosevelt se destacó por un Estado de Bienestar y una política económica exitosa que redundaron en un sentimiento de patriotismo muy fuerte en el pueblo estadounidense -algo que nunca les ha faltado-. Al llegar el momento de entrar en la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses no tuvieron reparo en enlistarse de una manera acrítica, contra el enemigo común de todos los ciudadanos de su país, el país # 1.
De hecho, la situación se repetía, como en Alemania: un agente externo se convertía en un enemigo común y amenazaba la continuidad del pueblo. Sin necesidad de propaganda, habrían subido a los aviones y acorazados a repeler la estupidez nazi. Tanto es así, que tras el ataque a Pearl Harbor, el presidente Roosevelt permitió la creación de campos de concentración en territorio estadounidense en donde tuvo encerrados a nipones-americanos y estadounidenses en una clara violación de sus derechos civiles sin que nadie le dijera nada, hasta que en 1944, después de dos años, la Corte Suprema le puso fin a esta impostura.
Los ingredientes suelen ser los mismos. Siempre anestesian las facultades críticas de los ciudadanos y por esto pueden llegar a cometer locuras que en sano juicio jamás llevarían a cabo. Eso no hace que los sistemas de propaganda que usan los regímenes que se valen de la poderosa fórmula sean válidos, legítimos, útiles, productivos, verdaderos, reales o que funcionen. Así como todo el resto de las pseudociencias, magufadas y la charlatanería, no lo hace.
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