La semana pasada cerramos con un mal sabor de boca, pues un funcionario de la Corte Constitucional solicitó que se retirara el crucifijo cristiano de la Sala Plena, y seis de los nueve Magistrados negaron la solicitud, manteniendo el privilegio católico y, lo peor de todo, es que lo hicieron escudándose en el "pluralismo" (!).
Aunque el caso es para echarse a llorar, vale la pena rescatar que en su editorial del sábado, El Espectador cuestionó el chorro de babas que los Magistrados pretendieron hacer pasar por argumentos:
Sorpresivamente, la Sala Plena de la Corte, en una votación de seis contra tres, decidió dejar el crucifijo argumentando que retirarlo sería un ataque contra los magistrados y funcionarios de la Corte que profesan la fe católica. Extraña inversión de la posición de “víctima”, por decir lo menos.
Remover el crucifijo no podría leerse, en un debate honesto, como un acto despectivo contra la religión católica. ¿Acaso las motivaciones para quitarlo tienen algún juicio de valor sobre el contenido de la fe profesada? Y, de ser así, ¿qué dicen entonces las ausencias en la sala de deliberaciones de los magistrados? ¿Qué dice, por ejemplo, que sea Cristo el representado y no una deidad de alguna de las otras religiones que, aunque minoritariamente, se encuentran en el territorio nacional? ¿Qué dice eso sobre los colombianos agnósticos o ateos? ¿Los excluye la Corte? Y ni hablar de todas las otras manifestaciones culturales y étnicas que pueden asemejarse a creencias religiosas. ¿No deberían estar también ahí en el lugar de donde salen sentencias que tocan a todas las personas del país? Claro, esa ausencia se explica en la falta de diversidad entre los magistrados de la Corte (y, en general, de todos los espacios de poder colombianos), todos con creencias y contextos muy similares.
Con todo el respeto que se merecen los seis magistrados de la Corte Constitucional, lo anterior no es el debate real que se debe construir alrededor del crucifijo. La pregunta aquí es sobre un Estado laico que debe representar a todos los ciudadanos. Y sí, la religión excluye, por más que una de ellas sea compartida por una abrumadora mayoría.
Todo lo anterior es relevante porque los símbolos importan. La misma Corte Constitucional ha construido su legado y su legitimidad sobre decisiones con cargas simbólicas contundentes. Claro que cada magistrado puede tener una fe propia, pero no una institución. Los espacios del Estado no pueden tener iconografía que invite a pensar que su actuar está motivado por consideraciones más allá de la ley. El crucifijo en la sala de la Corte envía el mensaje de que el catolicismo y el cristianismo tienen más presencia en la Corte que el resto de creencias. Eso sí puede leerse como un ataque a las minorías.
Es increíble que algo tan obvio haya conseguido eludir las muy preparadas mentes de seis Magistrados de la Corte Constitucional. (Es más, es increíble que haya Magistrados que todavía se aferren a supersticiones absurdas. ¡Por dios! ¿Qué pasa en las facultades de Derecho?)
En pocas palabras, los encargados de defender los derechos fundamentales y la seguridad jurídica del país fallaron épicamente para resolver un derecho de petición de acuerdo con su propia jurisprudencia.
Esta mañana, W Radio entrevistó sobre este tema a María Victoria Calle, presidente de la Corte Constitucional (todavía no hay enlace), y si ya la tenía en mal concepto, con sus respuestas consiguió perder cualquier pizca de respeto que todavía me quedara por ella — según Calle, el lugar donde la Corte se reúne y dicta sentencias es un lugar privado (?) y cualquier Magistrado que profese cualquier otra religión podría solicitar que el símbolo de su superstición sea colgado junto al Cristo (??); para rematar, según ella, es importante la calidad artística del crucifijo. Porque si vamos a violar el laicismo, mejor hacerlo con las más altas cualidades estéticas.
¡Qué vergüenza!
(vía Miguel Trujillo y David Mariño)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio
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