Esta semana, el papa Frank volvió a ser noticia al decir la perogrullada de que la Iglesia Católica le debe una disculpa a la comunidad LGBTI.
El tipo ni siquiera se disculpó, sólo dijo que la disculpa está pendiente — y es curioso, porque el mundo salió a celebrar el anuncio, como se han acostumbrado a hacer cada vez que Bergoglio dice cualquier cosa que parezca acercar su cavernaria iglesia a la moral del siglo 21. Lo hicieron cuando dijo que los ateos podemos ser buenos (d'uh!) y con su encíclica 'ambiental'.
Eso hace parte del modus operandi de este papado. Si bien Benedicto XVI era brusquito para decir las cosas, cuando entronizaron a Bergoglio, se aseguraron de poner un demabobo y populista, y supieron elegir el tipo para el cargo — Francisco dice cualquier bobada que los 'progres' quieren oír y es publicado por el New York Times, pero ya lejos de los micrófonos y las cámaras, las cosas siguen business as usual.
Después de su comentario obvio de que los ateos podemos ser buenos, la Iglesia salió a aclarar que seguiremos yendo al Infierno —porque, de alguna forma, a quienes no creemos en amigos imaginarios tiene que asustarnos una cámara de tortura termodinámicamente imposible—. Y a los pocos meses de estas declaraciones, la encíclica Lumen fidei (la primera de este Papa) estaba cargada de ateofobia, como sólo son capaces los herederos de la Inquisición.
Y ya que estamos en las encíclicas de Francisco, Laudato si, su encíclica supuestamente ambiental, no lo es. Allí, Francisco arremete contra el aborto y los anticonceptivos —posiblemente dos de las mejores formas de combatir el cambio climático— y, no feliz con eso, también aprovechó la ocasión para recrudecer su oscurantismo, coqueteando con el ludismo, un abierto desprecio por el progreso y una vergonzosa apología a la pobreza en el mundo en desarrollo. Business as usual.
Y lo mismo ha ocurrido con su llamado a disculparse con los LGBTI. Sirve para vender periódicos —porque, además, nadie cubre bien al Papa— y para que los intelectuales de copa y sofá se crean la mentira del "Papa progresista", pero no para mucho más. Las instituciones católicas seguirán despidiendo a sus empleados homosexuales y la Iglesia se sigue entrometiendo en las políticas públicas de países que no son el Vaticano para prohibir el matrimonio gay y la adopción homoparental.
Por regla general, los hechos hablan más que las palabras y, para futuras referencias, ese es el estándar con el que vamos a juzgar a Francisco. Y no cada vez que él diga cualquier cosa buenrollista para tener un subidón de imagen.
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Publicado en De Avanzada por David Osorio
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