domingo, 9 de octubre de 2011

Por qué odio el pacifismo y lucho por la paz

Hace unos días apareció en la prensa el anuncio de que Juanes y Miguel Bosé estrenaban el portal Paz Sin Fronteras, que precisamente buscaba la paz. De hecho, la página no es más que un formulario para firmar que queremos que la paz sea un derecho humano.

Desde hace unos años esta voz de protesta de Juanes me ha sabido cacho y es precisamente porque con ella recoge y resume todo lo malo y despreciable que hay con el pacifismo. Es una vulgar posición facilista, mediocre intelectualmente. Su interés y esfuerzo por la paz es el mismo que el de alguien que quiere resolver una operación de álgebra mirando el resultado en las últimas páginas del libro de Baldor.

Alcanzar la paz no es fácil. Un pliego de peticiones -con una única petición- no va a cambiar esto en nada. Los conflictos existen por varios motivos históricos, políticos, económicos, jurídicos y sociales. Sin embargo el pacifismo se caracteriza por ser una posición que pide ni más ni menos que todos abandonen las armas, lo cual es la segunda petición más estúpida de la que he sabido -'superada' sólo por aquella de sumisión ante dios-.

Juanes, por ejemplo, ha aprovechado para pedir una posición mundial de rechazo a las minas anti-persona... para luego irse a la frontera entre Colombia y Venezuela a promover ambos gobiernos, uno de los cuales le ha brindado su apoyo a las Farc, quienes son los que siembran las minas anti-persona de las que él se queja. Por si fuera poco, Juanes se ha cuidado de no denunciar al grupo terrorista, nunca ha sido capaz de señalarlo inequívocamente como responsable por las víctimas de todas esas minas sembradas. ¡Qué cómodo! (De repente cobra todo un nuevo significado ver a Stan, el American Dad!, desenfundar su pistola, ponerla en la mesa y animarla a que mate a alguien, que no sea tímida, para probarle a su hija Hayley que "las armas no matan a nadie").

Desde hace rato he empezado a dudar de la capacidad del parcero Juanes para entender siquiera en qué consiste el conflicto colombiano.

Y eso es algo común a los pacifistas. Se trate de la situación en Siria, del conflicto en Colombia o de la guerra contra el terrorismo a nivel mundial, a todos ellos les da lo mismo cuál sea el conflicto y cuáles sean sus intríngulis. Para ellos la solución es que todos bajen las armas, sin importar el cómo, cuándo, por qué ni bajo qué circunstancias fue que empezó todo. No les interesa saberlo, no lo necesitan. Ellos, simplemente, pueden vivir así.

Es lo que Mansoor Hekmat les criticó sobre su postura de querer mantener el statu quo. Ellos -los pacifistas- pueden vivir en un mundo en el que se estén muriendo niños de inanición, en donde campe el hampa a sus anchas, en donde la injusticia sea el pan de cada día y haya personas que vivan en un valle de lágrimas. Mientras que no haya 'violencia', para ellos el mundo es perfecto.

Lo que podría política y conceptualmente descarrilar el movimiento potencialmente poderoso de las personas progresistas del mundo es, en mi opinión, la inútil perspectiva pacifista y liberal y los esfuerzos para mantener el statu quo (simplemente tratando de evitar un ataque de EEUU en Afganistán) o el statu quo ante (volver a la situación previa al 11 de septiembre).

El incidente del 11 de septiembre no fue un acto aislado de sujetos psicóticos aislados de la sociedad, ni lo es la inminente acción militar de los EEUU. El mundo antes del 11 de septiembre no estaba en equilibrio, sino que más bien se dirigía a un camino de deterioro. Hay importantes problemas económicos, sociales y políticos detrás de estos eventos. Estos problemas han llevado al mundo en esta dirección. Estos problemas y cuestiones deben abordarse. El 11 de septiembre es cómo el islam político está abordando estos asuntos.
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Esta es la diferencia entre nosotros y los activistas por la paz y los pacifistas, que no ven o son indiferentes a las divisiones, contradicciones y la inestabilidad del mundo antes del 11 de septiembre. Si teníamos una agenda para cambiar el mundo antes de este incidente, entonces, una posición de principios en la situación actual significa seguir la misma agenda en la nueva situación. No tenemos la intención de dejar Afganistán bajo el yugo de la banda criminal de los talibanes, no tenemos la intención de vivir bajo el imperio de un EEUU de gatillo feliz, no tenemos la intención de tolerar al islam político o gobiernos islámicos en el Medio Oriente, no tenemos intención de aceptar la apatridia de los palestinos y su supresión cotidiana.

Este problema no sólo es de mantener el statu quo, de mediocridad autocomplaciente y de corrección política. También es de un maniqueísmo manifiestamente enfermizo y contagioso. Ningún conflicto se debe tomar a la ligera, no siempre las minorías tienen la razón y la respuesta nunca viene en blanco y negro. Incluso, como lo concluye George Monbiot tras preguntarse si deberían incrementarse las sanciones económicas a Siria, hay veces que no hay respuesta correcta:

Me sentí obligado a hacer frente a esta pregunta cuando descubrí la semana pasada que Shell, la compañía más valiosa que aparece en la Bolsa de Londres, está directamente conectado a los intereses económicos del gobierno de Bashar al-Assad. Tiene una cuota del 21% en la compañía Al Furat Petroleum, 50% del cual es propiedad del Estado. Ghassan Ibrahim, director ejecutivo de la Red Árabe Mundial y un destacado opositor al régimen, me dice que el gobierno concede a las compañías extranjeras una parte de su botín sólo si pueden ofrecer experiencia que de otro modo no poseen. Como gran parte de la riqueza producida por las empresas del Estado sirio va a los bolsillos de la élite, parece claro que si Shell no fuera útil para el régimen, ya no estaría allá.

Shell dice: "Condenamos toda la violencia y el abuso de los derechos humanos que representa y tenemos gran preocupación por la pérdida de la vida... nosotros cumplimos con todas las sanciones internacionales aplicables". Pero, a pesar de cumplir con las sanciones actuales, está enriqueciendo a un gobierno que está reprimiendo violentamente las protestas pacíficas. El régimen ha matado a unas 2.600 personas sirias desde marzo. Sus interrogadores han torturado y mutilado a sus prisioneros, cortando los genitales y arrancando los ojos.

El resultado probable de la inversión de Shell es que Assad tenga más dinero para gastar en soldados, armas y cárceles. El argumento para forzar a los inversores de Shell y otros para salir y para encontrar otros medios de privar al gobierno de dinero es muy fuerte.

Pero nadie con un interés en los derechos humanos puede desconocer lo que sucedió cuando los países occidentales aplicaron sanciones al vecino de Siria, Irak. Nadie que lo haya visto puede olvidar la entrevista con CBS en 1996 con Madeleine Albright, Secretaria de Estado de Bill Clinton. El entrevistador señaló que medio millón de niños habían muerto en Irak como resultado de las sanciones económicas. "Creemos que el precio vale la pena", dijo Albright. Las sanciones contra Irak difícilmente podrían haber sido mejor diseñadas para causar una mortalidad masiva. Pero incluso las medidas que son de menor alcance y se aplican con más humanidad van a añadir dificultades económicas al sufrimiento de la gente de Siria. Sanciones suficientemente amplias como para dañar la capacidad del gobierno para desplegar tropas también serán lo suficientemente amplias como para herir a las personas que tienen por objeto proteger.

Y si no son sanciones, ¿entonces qué? Hasta ahora, las únicas alternativas que se ofrecen son vacías condenas y demandas de las que hace Nick Clegg de que "es hora de que Assad se vaya". Que, en términos de eficacia, es como ser mutilado por un calcetín gigante.

Con un margen de acción que se reduce con cada nuevo evento, por minúsculo que sea, soltar las armas es rendirse, es entregar la vida, es abrazar la muerte. Por eso nunca he estado de acuerdo con el pacifismo radical. Aprecio la vida y para su defensa se han dispuesto mecanismos que hacen uso de la violencia, tal como el Estado, que aplica la violencia de manera coercitiva y con el paso del tiempo se ha ido limitando su uso por medio de las normas a las que se tiene que acoger. O la legítima defensa, que justifica que se cometa un delito para evitar o detener otro mucho más grave, ya sea contra uno mismo o un tercero.

A este tipo de conclusión llegó Sam Harris tras analizar la propuesta teórica que se escondía tras las doctrinas promulgadas por ese hipócrita fakir enemigo de la humanidad llamado Mohandas Gandhi. Esto es lo que el neurocientífico escribió en El Fin de la Fe al respecto:

Si aceptamos la ley del karma y el renacimiento que Gandhi suscribió, su pacifismo todavía parece muy inmoral. ¿Por qué debe ser visto como ético que salvaguardar la propia felicidad (o incluso la felicidad de los demás) en la próxima vida sea a expensas de la agonía manifiesta de los niños en esta? El de Gandhi era un mundo en el que millones de personas más habrían muerto en la esperanza de que los nazis un día hubieran puesto en duda la bondad de su Reich de Mil Años. El nuestro es un mundo en el que las bombas de vez en cuando deben caer donde esas dudas son escasas. Aquí nos encontramos con un aspecto terrible de la asimétrica guerra ética: cuando tu enemigo no tiene escrúpulos, tus propios escrúpulos se convierten en un arma en su mano.
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Estoy pensando aquí en lo que se denomina pacifismo "absoluto" - es decir, la creencia de que la violencia nunca es moralmente aceptable, ya sea en defensa propia o en nombre de los demás. Este es el tipo de pacifismo que Gandhi practicaba, y es la única forma que parece llevar con ella las pretensiones de impregnabilidad moral.

Y que la violencia es moralmente aceptable en algunos casos es una premisa con la que estoy dispuesto a vivir y que estoy dispuesto a aceptar: espero que el Estado garantice, con la coacción institucional, si es necesario, que ningún particular ejerza la violencia contra otro, todo esto dentro de un marco de derechos y libertades individuales que se deben respetar y que cuando el Estado falte, se nos permita a los ciudadanos protegernos de la violencia. Y esa es la función de los jueces cuando ordenan que un individuo pase tiempo tras las rejas, bajo la vigilancia del Estado.

El argumento es espléndidamente resumido por V, el personaje de la máscara de Guy Fawkes en V de Venganza cuando le dice e Evey que "la violencia puede ser usada para el bien", lo cual destruye cualquier pretensión pacifista, tanto radical como moderada. De hecho esta afirmación -que debería ser de perogrullo- va más allá de la aplicación de la violencia por parte del órgano de justicia de un país.

El fantabuloso Christopher Hitchens comenta en su defensa de la mal llamada "Guerra Interminable" que nadie sabe cuándo va a terminar ninguna guerra y que además ha sido el uso de la violencia lo que en ciertas ocasiones ha detenido el derramamiento de sangre:

Las actitudes hacia la duración son a menudo una buena pista de las actitudes hacia los resultados. Durante el conflicto de Bosnia, aquellos de nosotros que estábamos a favor de usar la fuerza para levantar el asedio de Sarajevo fuimos acusados ​​de defender una táctica que "alargaría" la guerra. Incluso en el sentido trivial de ser verdad por definición (cualquier cosa que le negara al general Ratko Mladic una victoria barata, fácil y rápida sobre la población civil era necesariamente la prolongación de la guerra hasta cierto punto), esto no era cierto de una manera seria. El bombardeo relativamente breve de las posiciones de la artillería serbia tuvo el efecto de exponer la falsedad de la fuerza militar de Mladic: En un tiempo sorprendentemente corto, Slobodan Milosevic se encontraba en Dayton pidiendo condiciones. Uno podría expresarlo así: La intervención alargó ligeramente las hostilidades en el corto plazo, pero las redujo drásticamente en el largo plazo. (Milosevic después malinterpretó los Acuerdos de Dayton como indulgencia y trató de repetir su táctica de Bosnia en Kosovo. Pero incluso si esto podría interpretarse como una prolongación de la guerra, también llevó a la eventual derrota de su ejército y al derrocamiento de su régimen, y por lo tanto a un final concluyente).

Los argumentos acerca de la duración son a menudo de gran importancia histórica, más allá de las batallas de simple retrospectiva. Por ejemplo, la sabiduría convencional entre los historiadores sostiene que la intervención militar de Estados Unidos en Europa en 1917 tuvo el efecto saludable de persuadir al alto mando alemán de que, con otra fuerza nueva y bien equipada desplegada en su contra, no podía esperar a prevalecer en contra de la alianza de Gran Bretaña y Francia. Pero otra explicación de los mismos hechos muestra que la guerra en el frente occidental de hecho se estaba prolongando. Antes de que el presidente Woodrow Wilson abandonara la neutralidad y comprometiera las fuerzas estadounidenses en la batalla, los alemanes habían estado luchando con un éxito excepcional. Su destreza había dado lugar a las llamadas, especialmente en Londres, para una paz negociada. Pero la llegada de un nuevo aliado disipó toda esa charla y obligó a los alemanes a luchar hasta el amargo final. No sólo eso, sino que cuando los términos de paz fueron discutidos, finalmente a los franceses se les permitió establecer sus reivindicaciones económicas y territoriales más vengativas en contra de Alemania. Que el Tratado de Versalles condujo al surgimiento del nazismo y por lo tanto a la Segunda Guerra Mundial, o más bien a la parte 2 de la primera, es una conclusión que pocos historiadores disputan ahora. Así que los defensores de la guerra corta deben saber tener cuidado con lo que piden.

Una objeción final al dogma de los enfrentamientos breves es más de sentido común. En general, tal vez lo mejor es no decirle a tu oponente con antelación la fecha en que planeas retirar tus fuerzas. Muchos generales norteamericanos, entendemos, eran críticos de la decisión original del presidente de anunciar una fecha límite para la fase final en Afganistán. Ciertamente, parece haber perturbadoras señales de que las unidades del ejército nacional afgano, en particular, están basando sus cálculos en con quien se puede contar con que todavía esté presente mientras pasan los meses. Es difícil culpar a la gente por consultar sus propios intereses, de esta contundente forma.

La historia humana parece registrar muchos más años de conflicto que de tranquilidad. En un sentido, entonces, es necio quejarse de que la guerra es interminable. Tenemos ciertos enemigos permanentes -el Estado totalitario, la célula nihilista / terrorista- con los que la "paz" no es ni posible ni deseable. Reconocer esto, y prepararse para ello, nos puede dar algunas ventajas en una guerra que parece estar destinada a durar tanto como la civilización esté dispuesta a defenderse.

En la canción Polla Dura No Cree en dios de El Mägo de Oz, el grupo claramente establece que el personaje es "pacifista sin bandera, pues luchar por la paz, es como follar por la virginidad", lo cual es un razonamiento, tristemente, defectuoso.

La virginidad es una cuestión personal y lo mismo lo son las relaciones sexuales. La paz, por el contrario, es algo en lo que tiene que ver todo el mundo y la única manera en que a los pacifistas los dejen en paz, será el día en que hasta el último de ellos se haya entregado a la espada de sus asesinos. Mientras tanto, espero que haya suficientes de nosotros, prestos a luchar por preservar la vida incluso de aquellos que están dispuestos a regalársela a los intolerantes -algunos de los cuales, curioso, se la arrebatarán gustosos en nombre de su religión de la paz-.

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