Así es, terminé la autobiografía del magistral Christopher Hitchens, escrita en una prosa rica en adjetivos y descripciones, cargado de toneladas de datos históricos y literarios y con argumentos muy bien expuestos. Cumplió con las expectativas.
Este es el párrafo con el que termina el libro, en su último capítulo, ¿Declive, Mutación o Metamorfosis?, justo antes de los agradecimientos editoriales y el índice onomástico:
Ni qué decir que me encantó.
Aclaro que durante todo el libro, Hitch siempre se refirió a su padre, Eric Ernest Hitchens, como El Comandante, cargo que ocupó en la Marina Real británica.
Entre muchísimas otras partes que que me gustaron del libro se encuentran las respuestas que dio Hitch al cuestionario Proust y sus reglas o consejos a la hora de beber.
Este es el párrafo con el que termina el libro, en su último capítulo, ¿Declive, Mutación o Metamorfosis?, justo antes de los agradecimientos editoriales y el índice onomástico:
Es una tarea ímproba combatir a los absolutistas y a los relativistas al mismo tiempo: sostener que no existe una solución totalitaria e insistir al mismo tiempo en que, sí, los de nuestro lado también tenemos convicciones inalterables y estamos dispuestos a luchar por ellas. Tras varias lealtades pasadas, he llegado a creer que Karl Marx tenía toda la razón cuando recomendaba una duda y autocrítica continuas. Pertenecer a la tendencia o facción escéptica no es, en absoluto, una opción blanda. La defensa de la ciencia y la razón es el gran imperativo de nuestro tiempo, y me siento absurdamente honrado cuando la mente pública me agrupa con grandes profesores y estudiosos como Richard Dawkins (un verdadero hombre de Balliol, si hubo uno), Daniel Dennett y Sam Harris. Ser no creyente no solo significa poseer "una mente abierta". Es, más bien, una admisión decisiva de incertidumbre, que está dialécticamente conectada con el repudio del principio totalitario, en la mente y en la política. Pero ese es mi Hitch-22. Ya he descrito algunos de los ensayos de esa guerra, que los relativistas llaman quejumbrosamente "infinita" -como si no fuera el último capítulo de una lucha eterna- y creo que, el tiempo que me quede de vida, seré bastante feliz viendo si puedo emular la modestia del comandante Hitchens, para decir que al menos sé lo que tengo que hacer.
Ni qué decir que me encantó.
Aclaro que durante todo el libro, Hitch siempre se refirió a su padre, Eric Ernest Hitchens, como El Comandante, cargo que ocupó en la Marina Real británica.
Entre muchísimas otras partes que que me gustaron del libro se encuentran las respuestas que dio Hitch al cuestionario Proust y sus reglas o consejos a la hora de beber.
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