Hubo un tiempo en el que los magistrados de la Corte Suprema de Justicia eran intelectuales, personas versadas en muchos temas y con un hambre de conocimiento que enriquecía no sólo sus vidas y las de sus allegados sino también sus sentencias. Por supuesto, la actual Corte Suprema de Justicia palidece ante esa imagen, pues ahora tenemos abogados cuadriculados que fallan en ignorancia.
Mi nostalgia por magistrados mejor preparados fue desencadenada por una sentencia en la que ordenan desmontar una antena porque 'podría' causar cáncer:
[P]ara la Corte, hay que tomarse en serio la amenaza. Para ella, no se puede echar en saco roto una probable consecuencia tan negativa para la salud de los ciudadanos.
En criterio de la Sala Civil del alto tribunal, esperar a que se pruebe cómo el funcionamiento de las antenas aumenta las probabilidades de riesgo de contraer la terrible enfermedad es excesivo. Por eso, deben desinstalarse las redes en aquellos lugares en los que exista algún riesgo para las personas propensas a desarrollar el cáncer.
Sabemos que no hay probabilidad de que las antenas causen cáncer, pues no son ondas ionizantes. Es lo más básico de ondas. Si tan sólo los magistrados tuvieran una remota idea de Física habrían evitado esta sentencia vergonzosa.
Incluso, si no supieran eso, sugerir que podría haber un riesgo de las antenas es absurdo nada les impedía usar bien el principio de precaución, que aplica cuando hay motivos para pensar que existen riesgos reales, lo que no ocurre en este caso.
Lo más preocupante de todo es que, aunque no son marcadamente notorios en Colombia, los magufos antiantenas están consiguiendo una línea jurisprudencial que consagra su miedo irracional y ludita en nuestro ordenamiento jurídico — más temprano este año supimos que la Corte Constitucional tiene varias sentencias en ese sentido.
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