La semana pasada muchos agentes de Policía participaron en un plantón cristiano antiaborto, violando una vez más el carácter laico del Estado, lo cual es no tiene nada de nuevo o particular — es lo que hacen a diario las entidades públicas de Colombia.
Pues el editorial de El Espectador entró de lleno en el asunto preguntándose qué carajos hace la Policía participando en un plantón religioso:
El problema es que las vigilias han estado acompañadas por miembros de la Policía que, más allá de brindar protección —una de sus obligaciones—, están participando activamente en la protesta, junto a personas con pancartas que insinúan que el aborto es un asesinato. Si hubiesen ido de civiles, sin nada que los identificara como representantes de la institución, estarían en su derecho, pero su presencia en uniforme y utilizando bienes de la Policía en la protesta hace que el acto sea inaceptable....
La Policía dijo que iba a investigar lo sucedido, pero al cierre de esta edición siguen muchas preguntas en el aire: ¿por qué había allí policías uniformados? ¿Quién autorizó la presencia de la banda de guerra y el uso de un carro oficial de la Policía portando un ícono religioso? Si, como dijo a este diario la institución, los allí presentes no representan la posición oficial de la Policía, ¿cómo es posible que de todas maneras hagan presencia en uniforme? ¿La Procuraduría investigará y aplicará las sanciones adecuadas o, por tratarse de un tema moral afín al jefe del Ministerio Público, se abstendrá?
Hacen falta esas respuestas y, por qué no, un comunicado oficial de la Policía donde reitere su compromiso con la protección del ejercicio de los derechos constitucionales, en este caso el de las mujeres a interrumpir sus embarazos en las tres causales autorizadas por la Corte Constitucional.
En un Estado laico, regido por el ordenamiento jurídico, la Policía no puede, de ninguna manera, permitir que personas que la representan tomen partido sobre temas tan delicados en los cuales hay normativas claras. Eso viola por completo su razón de ser.
Pues, al parecer sí pueden, y lo hacen, porque están acostumbrados a violar impunemente el laicismo de manera sistemática. Ojalá este editorial sea el primero de muchos en el que cuestionen el favoritismo que se lleva una superstición medieval ridícula por encima de las demás — la única forma de frenar las violaciones al laicismo es denunciarlas de manera amplia y reiterada.
Esperar que las cosas se escalen hasta este punto para cuestionar la conducta es prácticamente invitar a que siga ocurriendo. Es bueno que El Espectador defienda el Estado laico, y sería
(imagen: 40 Días por la Vida)
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