La llamada reforma a la justicia era una vergüenza que, básicamente, llenaba de privilegios a la ya de por sí privilegiada clase política.
Gracias a la indignación popular, el proyecto se hundió -por el momento-, sin embargo, hay cuatro cosas que no debemos perder de vista.
1. Los chivos expiatorios
La reforma estuvo viciada desde el principio. Prebendas para los políticos y los magistrados, caída de procesos por parapolítica y farcopolítica, y conservación de la investidura.
Todo eso fue aprobado por 162 congresistas y defendido por el Gobierno nacional. Ahora resulta que en el Gobierno sigue Santos pero el pato lo pagó su Ministro de Justicia. Pues claro que el Presidente sale a decir que él pagará el costo político muy horondo. ¡No fue él el que perdió el puesto!
Y ahora todo el Congreso viene a decir que realmente fueron los 12 conciliadores los que metieron todas esas irregularidades. No señores, la conciliación era para aprobar un texto único, y conciliar las diferencias de redacción entre Cámara y Senado, pero las marrullas ya estaban hechas. Si de algo son culpables los conciliadores es que eligieron una corruptela de aquí y otra de allá, maximizando los beneficios.
2. Los presidente de Cámara y Senado no hacen su trabajo, ¡pero sí lo cobran!
Mención especial merecen tanto el presidente de la Cámara como el presidente del Senado.
Empecemos por el de la Cámara, Simón Gaviria, que además es el presidente del Partido Liberal. El señor Gaviria reconoció que "leyó por encima" el texto de reforma. Un presidente de una cámara parlamentaria, además presidente del partido, al que le pagamos millones de pesos mensualmente para que, precisamente, lea los proyectos de ley (y más aún, los proyectos legislativos como este, que reforman la mismísima Carta Magna) y no lo hizo ni él, ni lo hicieron sus asesores.
Cuando Julio Sánchez Cristo lo confrontó, Gaviria dio dos excusas, que no se sabe cuál es más patética: la primera, que él confió en el texto que pasó el Gobierno (¡tooooooma Montesquieu y tus pesos y contrapesos!). La segunda, que él no sólo no va a renunciar, sino que su partido ha hecho cosas buenas como iniciarle una investigación al diputado Mesa (claro, porque es muuuuy liberal enviarle la Inquisición a alguien que simplemente piensa diferente y lo pone de manifiesto).
Él también dijo que asumiría el costo político... ¡en las urnas! O lo que es lo mismo: después de trabajar tan sólo 25 días en los seis meses que dura cada legislatura y ganar un sueldazo que sale del bolsillo de los contribuyentes, sin leer una página de lo que le corresponde, Gaviria tiene la desfachatez de pensar en volver a lanzarse. ¡Qué maravilla!
Y si eso fue el liberal, el presidente de la Cámara; el rey de los sinvergüenzas sin duda alguna fue el presidente del Senado, Juan Manuel Corzo Román, el conservador.
Si estuvo mal que Gaviria no leyera la reforma y sus intentos de justificación rayan en lo ridículo, los de Corzo son peores. Él cree que no hizo nada mal. Sí leyó la reforma, y le parecía buenísima.
Su excusa sobre los despropósitos es una no-excusa: "No hice ninguna proposición al respecto de los cuales hay una gran discusión". Y es que ese, precisamente, es el punto - Corzo calló, cómplicemente, en vez de objetar y proponer la eliminación de las irregularidades. O sea, tampoco hizo su trabajo. Por supuesto, tampoco piensa renunciar.
3. El uribismo pesca en río revuelto
Mientras todo esto, el uribismo aprovechó para volver a proponer una Asamblea Nacional Constituyente. Nada bueno puede salir de ahí.
Hay que recordar que Álvaro Uribe es el más encarnizado enemigo de la Constitución de 1991, que aunque se quedó corta, fue un paso en la dirección correcta, desde ese despropósito jurídico (¿notan el patrón?) que era la Constitución de 1886.
Esa constituyente sobra (y sobrará mientras Uribe se siga creyendo el patrón del país o, lo que es lo mismo, mientras viva) ya que el Gobierno sí hundió la reforma, con el quórum conseguido a través de esa misma Unidad Nacional que la había aprobado en primer lugar y por el que deberían ser destituidos e inhabilitados 162 congresistas -en vista de que no planean renunciar en el futuro inmediato-, y cada uno de ellos enfrentar un proceso penal.
4. Aquí no debe haber inmunidad parlamentaria
Mientras el proyecto contaba con el apoyo del Gobierno, más de un congresista salió a defender las imposturas del mismo.
Según ellos, "Colombia es el único país en el que no hay inmunidad parlamentaria". Bueno, pero también es el único país en el que hay parlamentarios parapolíticos y farcopolíticos. En EEUU lo más vergonzoso que hacen es tener sexo con las subordinadas y meter su estúpida superstición cristiana en la legislación (lo que sigue estando mal).
En España no hay congresistas amigos de ETA, ni otros que hayan pactado "refundar la patria" con los GAL, así como no hay IRA-políticos en el Reino Unido. Esos congresistas, pueden tener inmunidad parlamentaria. Acá no. Acá deberían dar gracias que se les concede la presunción de inocencia, que si fuera por mí, tampoco la tendrían (y ciertamente no se la merecen).
Gracias a la indignación popular, el proyecto se hundió -por el momento-, sin embargo, hay cuatro cosas que no debemos perder de vista.
1. Los chivos expiatorios
La reforma estuvo viciada desde el principio. Prebendas para los políticos y los magistrados, caída de procesos por parapolítica y farcopolítica, y conservación de la investidura.
Todo eso fue aprobado por 162 congresistas y defendido por el Gobierno nacional. Ahora resulta que en el Gobierno sigue Santos pero el pato lo pagó su Ministro de Justicia. Pues claro que el Presidente sale a decir que él pagará el costo político muy horondo. ¡No fue él el que perdió el puesto!
Y ahora todo el Congreso viene a decir que realmente fueron los 12 conciliadores los que metieron todas esas irregularidades. No señores, la conciliación era para aprobar un texto único, y conciliar las diferencias de redacción entre Cámara y Senado, pero las marrullas ya estaban hechas. Si de algo son culpables los conciliadores es que eligieron una corruptela de aquí y otra de allá, maximizando los beneficios.
2. Los presidente de Cámara y Senado no hacen su trabajo, ¡pero sí lo cobran!
Mención especial merecen tanto el presidente de la Cámara como el presidente del Senado.
Empecemos por el de la Cámara, Simón Gaviria, que además es el presidente del Partido Liberal. El señor Gaviria reconoció que "leyó por encima" el texto de reforma. Un presidente de una cámara parlamentaria, además presidente del partido, al que le pagamos millones de pesos mensualmente para que, precisamente, lea los proyectos de ley (y más aún, los proyectos legislativos como este, que reforman la mismísima Carta Magna) y no lo hizo ni él, ni lo hicieron sus asesores.
Cuando Julio Sánchez Cristo lo confrontó, Gaviria dio dos excusas, que no se sabe cuál es más patética: la primera, que él confió en el texto que pasó el Gobierno (¡tooooooma Montesquieu y tus pesos y contrapesos!). La segunda, que él no sólo no va a renunciar, sino que su partido ha hecho cosas buenas como iniciarle una investigación al diputado Mesa (claro, porque es muuuuy liberal enviarle la Inquisición a alguien que simplemente piensa diferente y lo pone de manifiesto).
Él también dijo que asumiría el costo político... ¡en las urnas! O lo que es lo mismo: después de trabajar tan sólo 25 días en los seis meses que dura cada legislatura y ganar un sueldazo que sale del bolsillo de los contribuyentes, sin leer una página de lo que le corresponde, Gaviria tiene la desfachatez de pensar en volver a lanzarse. ¡Qué maravilla!
Y si eso fue el liberal, el presidente de la Cámara; el rey de los sinvergüenzas sin duda alguna fue el presidente del Senado, Juan Manuel Corzo Román, el conservador.
Si estuvo mal que Gaviria no leyera la reforma y sus intentos de justificación rayan en lo ridículo, los de Corzo son peores. Él cree que no hizo nada mal. Sí leyó la reforma, y le parecía buenísima.
Su excusa sobre los despropósitos es una no-excusa: "No hice ninguna proposición al respecto de los cuales hay una gran discusión". Y es que ese, precisamente, es el punto - Corzo calló, cómplicemente, en vez de objetar y proponer la eliminación de las irregularidades. O sea, tampoco hizo su trabajo. Por supuesto, tampoco piensa renunciar.
3. El uribismo pesca en río revuelto
Mientras todo esto, el uribismo aprovechó para volver a proponer una Asamblea Nacional Constituyente. Nada bueno puede salir de ahí.
Hay que recordar que Álvaro Uribe es el más encarnizado enemigo de la Constitución de 1991, que aunque se quedó corta, fue un paso en la dirección correcta, desde ese despropósito jurídico (¿notan el patrón?) que era la Constitución de 1886.
Esa constituyente sobra (y sobrará mientras Uribe se siga creyendo el patrón del país o, lo que es lo mismo, mientras viva) ya que el Gobierno sí hundió la reforma, con el quórum conseguido a través de esa misma Unidad Nacional que la había aprobado en primer lugar y por el que deberían ser destituidos e inhabilitados 162 congresistas -en vista de que no planean renunciar en el futuro inmediato-, y cada uno de ellos enfrentar un proceso penal.
4. Aquí no debe haber inmunidad parlamentaria
Mientras el proyecto contaba con el apoyo del Gobierno, más de un congresista salió a defender las imposturas del mismo.
Según ellos, "Colombia es el único país en el que no hay inmunidad parlamentaria". Bueno, pero también es el único país en el que hay parlamentarios parapolíticos y farcopolíticos. En EEUU lo más vergonzoso que hacen es tener sexo con las subordinadas y meter su estúpida superstición cristiana en la legislación (lo que sigue estando mal).
En España no hay congresistas amigos de ETA, ni otros que hayan pactado "refundar la patria" con los GAL, así como no hay IRA-políticos en el Reino Unido. Esos congresistas, pueden tener inmunidad parlamentaria. Acá no. Acá deberían dar gracias que se les concede la presunción de inocencia, que si fuera por mí, tampoco la tendrían (y ciertamente no se la merecen).
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