Los ecólatras, luditas, antitransgénicos y monsantofóbicos, en general tienen en alta estima a Percy Schmeiser, un agricultor que consiguió ganarle una batalla jurídica a Monsanto.
El problema es que este ícono anti-biotecnológico no sería tan héroe después de todo, tal y como nos cuentan en Naukas:
Mejor dicho: la peor razón para alabar a Schmeiser sería por su talante anti-capitalista ni vencedor de monopolios. Tal vez, los ecólatras quieran buscarse a alguien un poco más... honesto.
El problema es que este ícono anti-biotecnológico no sería tan héroe después de todo, tal y como nos cuentan en Naukas:
Para empezar, es cierto que en 1997 aparecieron plantas de colza transgénica (concretamente de la variedad Roundup Ready Canola) en la explotación del señor Schmeiser. Y no eran pocas: según el propio Schmeiser, las plantas cubrían de 3 a 4 acres (de 12.000 a 16.000 m2 o, por usar una unidad de medida más habitual, como dos o tres campos de fútbol). Según uno de sus empleados, las semillas debían haber llegado allí procedentes de un campo adyacente y arrastradas por el viento, aunque se da la circunstancia de que aquel año la plantación de semilla transgénica más próxima se encontraba a unos ocho kilómetros de distancia y de que otros testigos aseguraron que las semillas empleadas por el señor Schmeiser en aquella zona no procedían de sus propias reservas, como era habitual, sino que habían sido traídas en camión. El dato no se aclaró en el juicio, simplemente porque no resultaba relevante.
Y es que lo realmente relevante fue lo que hizo el señor Schmeiser con aquellas plantas: las cosechó y empleó las semillas para plantar unos 1.080 acres de terreno, algo más de 4.000.000 de m2 (o, si lo prefieren, más de quinientos campos de fútbol; como ven lo suyo no era precisamente un huertecillo). Y aquí es donde entra en escena la malvada Monsanto, que demandó a Schmeiser (y a su empresa, Schmeiser Enterprises) por violación de su patente, que en su opinión les otorgaba el derecho exclusivo a la producción de esas semillas en concreto.
Y así lo entendieron también el tribunal que juzgó el caso en primera instancia y el que revisó la sentencia en apelación. Hasta que en 2004 el Tribunal Supremo acabó por dar la razón al señor Schmeiser, pero no por considerarlo inocente ni nada por el estilo; simplemente porque a juicio del Tribunal la patente de Monsanto no cubría la planta ni, por tanto, las semillas procedentes de dicha planta.
Mejor dicho: la peor razón para alabar a Schmeiser sería por su talante anti-capitalista ni vencedor de monopolios. Tal vez, los ecólatras quieran buscarse a alguien un poco más... honesto.
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