miércoles, 26 de diciembre de 2012

La pesadilla moral y estética de la Navidad

Una de las razones por las que no me gusta la Navidad es por toda esa alegría que de alguna forma la sociedad se encarga de obligarlo a sentir a uno. Esa falsa alegría, acartonada y ficticia no va conmigo.

En el 2008, el fantabuloso Christopher Hitchens escribió una columna al respecto. Después de declarar que un país democrático aprovecha esta fecha para convertirse en el equivalente comercial y cultural de un país con un partido único, Hitch pasa revista a la Navidad:

Al igual que en esas deprimentes repúblicas bananeras, lo lúgubre y siniestro es que la propaganda oficial es ineludible. Uno va a una estación de tren o un aeropuerto, y la imagen y la música del Querido Líder están en todas partes. Vas a un lugar más privado, como el consultorio médico o a una tienda o a un restaurante, y el aullido metálico idéntico, enloquecedor y repetitivo debe ser escuchado. Así, a menos que seas afortunado, son las mismas imágenes baratas y fabricadas en serie, desde muñecos de nieve a cunas a renos. Se vuelve más odioso de lo habitual encender la radio y la televisión, porque ciertos "temas" determinados oficialmente se han programado en el sistema. La parte más objetable de todo, los fanáticos obligan a tus niños a observar el cumpleaños del Querido Líder, y así (esta siendo la característica especial del Estado totalitario) no puedes impedir con tu propia puerta privada el acoso verbal, el ruido incesante, sino que debes tenerlo, literalmente, traído a tu hogar por tu propia descendencia. El tiempo que se supone que se dedica a la educación está consagrado en cambio a la celebración de acontecimientos míticos. Originalmente cristiano, ahora puede unirse a este retiro devocional cualquier otro grupo sectario con una afirmación plausible -Janucá o Kwanzaa- de un día santo que ocurra lo suficientemente cerca del solsticio de invierno pagano.

Exacto. Navidad es un mes completo de sonríe o muérete.

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