jueves, 2 de agosto de 2012

Extractos de Lying, de Sam Harris

Por esta semana, Sam Harris ha dejado disponible de manera gratuita su libro Lying (Mintiendo) [PDF], que aproveché para descargar y me leí ayer mismo.

La tesis central del libro es que mentir daña las relaciones en todas las circunstancias. Incluso cuando se trata de mentiras blancas. Apeló bastante a mi gusto, porque considera que la verdad es un bien social mucho más grande que la cortesía y que por lo general es mejor ser honesto y causar una incomodidad momentánea que decir una mentira y minar nuestras relaciones con los demás.

Estos son algunos extractos traducidos:

Las personas honestas son un refugio: Sabes que dicen lo que piensan, sabes que no van a decir una cosa a la cara y otra a tu espalda, sabes que te dirán cuando crean que has fracasado - y por esta razón su alabanza no se puede confundir con la mera adulación.

La honestidad es un regalo que podemos dar a los demás. Es también una fuente de poder y un motor de simplicidad. Sabiendo que vamos a tratar de decir la verdad, cualesquiera que sean las circunstancias, nos deja con poco para lo cual prepararnos. Simplemente podemos ser nosotros mismos.

Al comprometernos a ser honestos con todo el mundo, nos comprometemos a evitar una amplia gama de problemas a largo plazo, pero a costa de molestias a corto plazo de vez en cuando. Sin embargo, la incomodidad no debería ser exagerada: Se puede ser honesto y amable, ya que tu propósito al decir la verdad no es ofender a la gente: Tú simplemente quieres que tengan la información que tú tienes, y que les gustaría tener si estuvieran en tu posición.
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Después de todo, los niños no aprenden a decir mentiras blancas hasta la edad de cuatro años, después de haber logrado conseguir una conciencia sobre los estados mentales de los otros. Pero no hay razón para creer que las convenciones sociales que resultan estabilizarse en los primates como nosotros en torno a la edad de los once años dará lugar a óptimas relaciones humanas. De hecho, hay muchas razones para creer que la mentira es precisamente el tipo de comportamiento que tenemos que superar con el fin de construir un mundo mejor.

Pero, ¿qué hay de malo con las verdaderas mentiras "blancas"? Primero, siguen siendo mentiras. Y al decirlas, incurrimos en todos los problemas de ser menos directos en nuestras relaciones con otras personas. La sinceridad, la autenticidad, la integridad, la comprensión mutua - éstas y otras fuentes de riqueza moral, se destruyen en el momento en que deliberadamente tergiversamos nuestras creencias, sea o no que nuestras mentiras sean descubiertas.

Y aunque imaginamos que decimos ciertas mentiras por compasión con los demás, rara vez es difícil detectar el daño que hacemos en el proceso. Al mentir, le negamos a nuestros amigos acceso a la realidad - y la ignorancia resultante muchas veces los perjudica de un modo que no anticipamos. Nuestros amigos pueden actuar basados en nuestras falsedades, o no resolver problemas que podrían haber sido resueltos solamente sobre la base de una buena información. Más bien a menudo, mentir es atentar contra la libertad de aquellos que nos importan.
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Pero imaginemos la verdad más difícil de decir: Tu amiga se ve gorda con ese vestido o con cualquier vestido, porque es gorda. Digamos que ella también tiene treinta y cinco años y es soltera, y resulta que su mayor deseo en este momento en la vida es casarse y formar una familia. Tú crees que muchos hombres podrían ser renuentes a salir con ella por su peso actual. Y, dejando el matrimonio a un lado, estás seguro de que ella sería más feliz y saludable, y se sentiría mejor consigo misma, si se pusiera en forma.

Una mentira blanca es simplemente una negación de estas realidades. Se trata de una negativa a ofrecer una guía honesta en una tormenta. Incluso en un tema muy delicado, la mentira parece un claro fracaso de la amistad. Al tranquilizar tu amiga sobre su apariencia, no estás ayudando a que ella haga lo que opinas que debería hacer para conseguir lo que quiere de la vida.

Hay muchas circunstancias en la vida en la que el estímulo falso puede ser muy costoso para otra persona. Imagina que tienes un amigo que ha pasado años tratando sin éxito de construir una carrera como actor. Muchos grandes actores luchan de esta forma, por supuesto, pero en el caso de tu amigo la razón parece evidente: Él es un actor terrible. De hecho, resulta que tú sabes que sus otros amigos -e incluso sus padres- comparten esta opinión, pero no se deciden a expresarlo. ¿Qué dices la próxima vez que él se queje de que su carrera se estancó? ¿Lo animas a que "sólo sigue intentándolo"? El estímulo falso es una especie de robo: le roba tiempo, energía y motivación a una persona que podría destinarlos a otros fines.
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Al mentirles, no sólo les niegas ayuda - estás negándoles información útil y disponiéndolos para una futura decepción. Sin embargo, la tentación de mentir en estas circunstancias puede ser abrumadora.

Cuando presumimos que mentimos en beneficio de los demás, hemos decidido que somos los mejores jueces de lo mucho que ellos deben entender acerca de sus propias vidas - sobre la forma en que aparecen, su reputación o sus prospectos en el mundo. Esto es adoptar una posición extraordinaria hacia otros seres humanos, y requiere una justificación. A menos que alguien sea suicida o de otra manera esté al borde, decidir cuánto puede saber acerca de sí mismo parece la quintaesencia de la arrogancia. ¿Qué actitud podría ser más irrespetuosa con aquellos que nos importan?
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Recuerdo un encuentro que tuve con un funcionario de Aduanas de EEUU, al regresar de mi primer viaje a Asia, cerca de veinticinco años atrás.

El año era 1987, pero bien podría haber sido el verano del amor: yo tenía veinte años, tenía el pelo hasta los hombros, y estaba vestido como un indio conductor de mototaxi. Para los encargados de hacer cumplir las leyes de drogas de nuestra nación, habría sido solamente prudente someter el equipaje a un escrutinio especial. Por suerte, yo no tenía nada que ocultar.

"¿De dónde viene?", preguntó el oficial, mirando con escepticismo mi mochila.

"India, Nepal, Tailandia..." dije.

"¿Tomó alguna droga mientras estaba allí?"

Da la casualidad de lo había hecho. La tentación de mentir era obvia - ¿por qué hablar con un funcionario de aduanas acerca de mi uso reciente de drogas? Pero no había ninguna razón real para no decir la verdad, aparte del riesgo de que llevaría a una búsqueda más profunda de mi equipaje (y tal vez de mi persona) de la que ya había comenzado.

"Sí", dije.

El oficial dejó de buscar en mi maleta y miró hacia arriba. "¿Qué drogas tomó?"

"Fumé marihuana un par de veces... Y probé el opio en la India".

"¿Opio?"

"Sí".

"¿Opio o heroína?"

"Era opio".

"No se escucha mucho del opio en estos días".

"Lo sé. Fue la primera vez que lo probé".

"¿Trae drogas consigo en este momento?"

"No".

El oficial me miró con recelo por un momento y luego regresó a registrar mi bolso. Dada la naturaleza de nuestra conversación, me reconcilié con estar allí por un tiempo muy largo. Fui, por lo tanto, tan paciente como un árbol. Lo cual fue una buena cosa, porque el funcionario estaba examinando mis pertenencias ahora, como si cualquier artículo -un cepillo de dientes, un libro, una linterna, un poco de cuerda de nylon- pudiera revelar los secretos más profundos del universo.

"¿Cómo es el opio?", preguntó después de un rato.

Y le conté. De hecho, durante los siguientes diez minutos, le dije a este hombre de la ley casi todo lo que sabía sobre el uso de sustancias que alteran la mente.

Finalmente completó su búsqueda y cerró mi equipaje.

Una cosa era perfectamente obvia al final de nuestro encuentro: Ambos nos sentimos muy bien al respecto.

Un yo más quijotesco ha sido revelado. No estoy seguro de que habría tenido, precisamente, la misma conversación hoy en día. No mentiría, pero probablemente no me esforzaría tanto para abrir un nuevo canal de comunicación. Sin embargo, sigo encontrando que la disposición a ser honesto, especialmente acerca de las verdades que se podría esperar que uno oculte, a menudo lleva a intercambios mucho más gratificantes con otros seres humanos.

Por supuesto, si yo hubiera estado llevando drogas ilegales, mi situación habría sido muy diferente. Una de las peores cosas de violar la ley es que lo pone a uno en conflicto con un número indeterminado de otras personas. Este es uno de los muchos efectos corrosivos de tener leyes injustas: Ellas tientan a las personas pacíficas y (por lo demás) honestas a mentir con el fin de evitar el castigo por una conducta que es éticamente intachable.

Por si no lo han leído, también recomiendo mucho el ensayo de Harris sobre las drogas y el sentido de la vida.

Y no sé qué están esperando para aprovechar, descargar Lying y leerlo por ustedes mismos.

(vía Why Evolution Is True)


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