miércoles, 4 de enero de 2012

La precariedad del ateísmo colombiano

Creo que si hay un libro de ateísmo que no recomendaría sería el Manual de Ateología en el que "16 personalidades colombianas responden por qué no creen en Dios".

Hay muy pocas cosas ahí que encuentro rescatables. Es más fácil contar las que no.

Por ejemplo, para empezar, está la frase de la contraportada del libro que sirve de explicación:

Los ateos están de moda en el mundo. Autores como Richard Dawkins y Christopher Hitchens han vendido más de 2,5 millones de ejemplares con sus obras sobre este tema.

Sí, pero el ateísmo no es una moda; es aceptar la inexistencia de lo sobrenatural. Por otra parte, a pesar de que se menciona a Hitchens y a Dawkins, en el contenido del libro no se encuentra mucha conexión con el ateísmo militante, la Out Campaign, ni una defensa de la Razón que cumpla con las expectativas que son de esperarse de alguien que se identifique con el movimiento humanista secular.

De hecho, la sensación que deja el libro es más bien al contrario. Parece que los escritores estuvieran rindiendo cuentas, explicando por qué no creen en dios, como si trataran de justificar algo. Es una aproximación bastante timorata a la negación de la existencia de los dioses.

Es más, el libro parece todo un compendio de ateísmo cristiano. Este concepto, expuesto por Michel Onfray me parece más que apropiado (más aún cuando el título de uno de sus libros, ese sí recomendado, es Tratado de Ateología). El ateísmo cristiano se caracteriza precisamente por, a pesar de rechazar la noción del dictador celestial, abrazar todos los aspectos de la cultura religiosa que han permeado la sociedad. Como lo sería rendir cuentas de por qué uno no cree en dios.

De hecho, de las primeras cosas que chocan del libro es que de esas 16 personalidades, no todos son ateos. No fueron capaces de conseguir realmente 16 ateos colombianos, sino que hay por ahí escabullidos uno que otro agnóstico, como el ex magistrado y ex presidente del Polo Democrático, Carlos Gaviria. Todo lo que puedo decir al respecto es que el agnosticismo es la muestra más obvia de abrazo al privilegio religioso, una postura cobarde y pusilánime.

Y no es que nuestros 'insignes' ateos colombianos brillen por su rechazo al privilegio religioso. Es más, de todas esas personalidades del libro, a las que reconozco parecen envidiar algo de la creencia en dios o que esta es inofensiva.

Por ejemplo, los columnistas de opinión que hicieron parte del libro suelen hablar con una opinión bastante favorable sobre la religión o dejan completamente el tema de lado.

Creo que no hay un columnista que mencione más veces a dios, su madre palestina violada pero virgen, o alguna parafernalia religiosa, salvo uno de esos mentirosos profesionales llamados sacerdotes a los que les asignan una columna para adoctrinar desde el periódico, que Daniel Samper Ospina.

Alejandro Gaviria no entra en el tema de la religión en sus columnas (y la que escribió cuando se entero que Hitch tenía cáncer dejó mucho que desear). Tampoco Felipe Zuleta ni el agnóstico Humberto de la Calle (durante el tiempo que leí a este último).

Héctor Abad Faciolince escribe como si la idiosincracia católica tuviera algo lindo. Es más, él explica que dejó de ser militante y se volvió un ateo manso porque se redujo la testosterona en su sangre. Pues menos mal, nunca ni a Dawkins ni a Hitchens les pasó algo remotamente similar. Atacar la estupidez no es cuestión de testosterona en la sangre.

Pero no pido mucho de Abad Faciolince quien no comprende el ateísmo militante (para él, ¡se trata de de-convertir a los demás!) y además tuvo el descaro de comparar el ateísmo militante y el rechazo de la superstición con el totalitarismo estalinista (postura que no ha cambiado en lo absoluto en casi tres años).

Es un error común, basado en la ignorancia y pone al mismo nivel a la religión con el ateísmo, que es como poner al mismo nivel la salud y la enfermedad. Aunque por supuesto, Héctor Abad no es el único.

En el mismo capítulo de Mansos y agnósticos, inmediatamente después se encuentra el artículo de Eduardo Arias que empieza así:

Para comenzar, una aclaración. El ateísmo es una religión como cualquier otra. Parte de un acto de fe: negar la existencia de Dios sin que se tengan pruebas de ello.

Esto, por supuesto, es como decir que la calvicie es un color de pelo. Pero eso no es lo que consiguió que su enfoque realmente alcance el grado de patético. Fue esto:

Así que yo me proclamaba ateo. Hasta que un día, como a mediados de los años 80, una pareja de amigos con sus tres hijos fueron a hacer visita a la casa de los papás de mi esposa y, en algún momento de la conversación, la madre dijo: "Nosotros somos ateos". Miró a su esposo, luego miró a sus hijos, quienes miraron al piso.

Papá y mamá, adultos, vaya y venga. El mayor, que debía andar por los 14... mmmm... se la valgo. Pero ¿el de 11 y la de 5 ya eran ateos? ¿A qué horas ellos habían filosofado para concluir la inexistencia de Dios? ¿O no era más bien que sus padres los habían matriculado en... ¡eso!... una religión cuyo principal dogma de fe es negar la existencia de Dios?

Creo que ese es el peor punto de todo el libro. Es un abrazo indirecto (por vía del agnosticismo) del privilegio religioso. Supongo que no está de más ripostar: ¿el de 11 y la de 5 no creían en que Pinocho existiera? ¿A qué horas ellos habían filosofado para concluir la inexistencia de Pinocho?

Es una postura que me encuentro comúnmente aún dentro de la comunidad atea militante: "No quiero adoctrinar a mis hijos", "quiero que lleguen a sus propias conclusiones"... pues eso está muy bien, pero para adoctrinar se requiere un dogma de fe y el ateísmo, por su propia definición, carece de uno. Es la ausencia de cualquier dogma de fe.

Aunque siguiendo el planteamiento de Arias, de seguro que entonces decirle a los hijos de uno que no existen Pie Grande, los OVNIS, las hadas, los marcianos, los duendes, los unicornios ni Supermán son dogmas de fe y se está adoctrinando a los pequeños en la descreencia de esos seres y se les está amputando su posibilidad de "filosofar para concluir la inexistencia" de ellos.

¡Pues es una completa ridiculez! Criar un hijo ateo es tan valioso como criarlo diciéndole que Darth Vader no existe. La hipótesis religiosa es tan falsa como afirmar que la Tierra es plana. No hay que mostrarle "dos hipótesis", ni teorías cuando una de ellas claramente es un disparate irracional que viola todas las leyes naturales.

Creo que las únicas partes en las que el libro se salva es cuando Ana Margarita López saluda The Missionary Position (pues de ahí me nació la idea de buscarlo en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en donde afortunadamente lo encontré) y cuando Daniel Samper Ospina, director de la revista SoHo comenta:

Me gusta la música sacra; el lado literario de la Biblia; los poetas místicos, y muchas obras pictóricas, como "La Última Cena" de Leonardo Da Vinci que alguna vez parodiamos en la revista en que trabajo, lo cual nos valió un diluvio de demandas de católicos ortodoxos que, contrario a lo que yo suponía, parecían ser lectores asiduos de esa publicación de altos contenidos eróticos.

Por todo esto, es muy triste decir entonces que el ateo colombiano más representativo sigue siendo Fernando Vallejo, lo que tampoco es que sea algo completamente reconfortante, pues su desprecio por la vida -humana- sigue siendo una piedra en el zapato para todos los humanistas seculares que despreciamos la religión principalmente por ese desprecio hacia la vida que en cierto punto parece compartir con Vallejo. Eso y sus desatinadas críticas a la Ciencia.

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