Uno de los principales objetivos en los que estamos trabajando en la Asociación de Ateos y Agnósticos de Bogotá (AAAB) es en la desestigmatización del ateísmo. En el imaginario colectivo existen muchos prejuicios nocivos y rotundamente falsos sobre nosotros, los ateos.
El estigma es tan fuerte que muchos no-creyentes se niegan a identificarse con la palabra ateo o atea, lo que desde mi punto de vista, refuerza el estigma. Ahora Dave Niose ha escrito un excelente artículo refiriéndose precisamente a esta circunstancia:
Creo que lo que hizo que me aferrara a la palabra agnóstico por algún tiempo en vez de declararme abiertamente ateo fue, precisamente, este estigma.
Y en un interesante giro de los acontecimientos, ahora cada vez que le digo a alguien que soy ateo, lo hago con un tono algo desafiante. Hasta el momento, eso me ha funcionado a la perfección y no he sufrido ningún tipo de discriminación, ni siquiera por parte de mis conocidos creyentes.
El estigma es tan fuerte que muchos no-creyentes se niegan a identificarse con la palabra ateo o atea, lo que desde mi punto de vista, refuerza el estigma. Ahora Dave Niose ha escrito un excelente artículo refiriéndose precisamente a esta circunstancia:
Si no crees en ningún dios, eres un ateo, ¿no? Esta definición parece bastante básica, no el tipo de material que requiere un grado avanzado en teología para ser comprendido.
Pero al parecer, no es exacta. De hecho, ya que circulo en el movimiento secular a diario, encuentro frecuentemente no creyentes que no están dispuestos a identificarse como ateos.
Por supuesto, hay otras palabras que podrían describir a aquellos que no creen en las deidades -agnóstico, humanista, escéptico, etc.- y unos pocos no creyentes prefieren uno de esos términos como su principal medio de identificación religiosa, pero muchos rechazan de plano la identidad atea, incluso como una etiqueta secundaria o incidental. "¡No me llames ateo!" un no creyente de esos me dijo hace poco. "Me niego a identificarme de acuerdo con lo que rechazo, no creo en la astrología o los unicornios, pero no me etiqueto de acuerdo con eso - así que ¿por qué debería identificarme de acuerdo con mi rechazo a la creencia en dios?"
Este es un argumento interesante, tal vez incluso un poco convincente, pero que merece un escrutinio.
Para empezar, la mayoría de nosotros estaría de acuerdo en que cada persona debería ser libre de identificarse como él o ella crea conveniente, por lo que los no creyentes que se sienten incómodos con la etiqueta de ateo, no deberían sentirse obligados a utilizarla. Pero cuando escarbamos bajo la superficie, a veces encontramos que la razón aducida para evitar la etiqueta de ateo -tal como la afirmación de no querer identificarse de acuerdo con lo que uno no cree- es un poco engañosa.
Después de todo, ya que no hay palabras específicas y comunes en el inglés para alguien que rechaza la astrología o los unicornios, sería más bien difícil identificarse como una persona de ese tipo. Pero si hubiera una palabra (por ejemplo, un "anti-astrólogo"), parece dudoso que los que se ajustarían a la definición la evitaran vigorosamente. No podría imaginar a escépticos astrológicos diciendo: "¡No me llames un anti-astrólogo! ¡Me niego a etiquetarme de acuerdo con lo que no creo!"
De hecho, oponerse a ciertas ideas es común en nuestra política y cultura, tanto históricamente como en la época moderna, como vemos con términos como anti-imperialista, anti-matoneo, anti-difamación, antibélico, anti-racista, y anti-federalista. No parece una cuestión de principios nobles que uno se niegue a identificarse como alguien que rechaza un concepto, sobre todo una cuestión filosófica central tal como el teísmo.
Por lo tanto, si la mayoría de los "no creyentes no ateos" fueran honestos (y, por cierto, muchos lo son) ellos admitirían que su rehúída de la palabra tiene poco que ver con un rechazo de principio para hacerle frente a un concepto; sino que más bien, ellos evitan la etiqueta de ateo, ya que conlleva un fuerte estigma. Incluso para muchos no creyentes, "ateo" es todavía una palabra que no se pronuncia en ciertos escenarios. De hecho, algunos estudios muestran que, a pesar del crecimiento del laicismo en los Estados Unidos en los últimos años, sin embargo, los ateos son la minoría de la que más se desconfía.
Hay que tener en cuenta que el uso de la identidad atea no impide necesariamente el uso de otros términos. Personalmente, prefiero firmemente la palabra "humanista", sin embargo, utilizaré "ateo" si la situación lo requiere. Esto podría ser en respuesta a una pregunta directa -¿Es usted ateo?- o en circunstancias que simplemente no permiten una explicación del humanismo.
Es importante destacar que, aunque es lamentable que muchos sienten que es necesario evitar la etiqueta de ateo, no debemos criticarlos. La situación personal y familiar de cada persona es única, y no sería justo juzgar a aquellos que son reacios a identificarse abiertamente como ateos. En última instancia la decisión depende de cada individuo, y nadie debe ser reprendido por dudar.
Lo que es digno de crítica, sin embargo, es la afirmación engañosa de que la negativa de uno para identificarse como ateo es el resultado de unos principios, si en realidad no lo es. Si nos negamos a identificarnos como ateos a pesar de que el término, aplicado objetivamente, nos describiría con precisión, entonces por lo menos debemos ser honestos acerca de las razones.
Por otra parte, también debemos darnos cuenta de que rehuir el término alimenta el prejuicio contra él. Al igual que los gays y lesbianas sólo comenzaron a ganar aceptación social al salir del armario, no hay razón para concluir que la experiencia de los no creyentes será diferente. Hasta que la gente del común se identifique habitual, abiertamente y orgullosamente como no creyentes , el mito de que las personas abiertamente ateas son presuntamente "militantes" y no deseados va a continuar. Esta es la razón por la que-los esfuerzos de los grupos seculares orientados a la identidad, tales como la Out Campaign, son una parte importante del movimiento secular de hoy.
Creo que lo que hizo que me aferrara a la palabra agnóstico por algún tiempo en vez de declararme abiertamente ateo fue, precisamente, este estigma.
Y en un interesante giro de los acontecimientos, ahora cada vez que le digo a alguien que soy ateo, lo hago con un tono algo desafiante. Hasta el momento, eso me ha funcionado a la perfección y no he sufrido ningún tipo de discriminación, ni siquiera por parte de mis conocidos creyentes.
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