Ayer, el Senado hundió el proyecto de ley de matrimonio igualitario, resultado que era más que esperable.
A mí no me sorprendió. En este país, realmente no cabía esperar otra cosa. Sorpresa habría sido entrar a la civilización la misma semana que Francia, pero este país está condenado a sumirse en la ignorancia y el desprecio por las libertades civiles.
Seguimos igual que antes: se le prohíbe a dos personas contratar de manera privada, un asunto privado, si coinciden en su preferencia sexual. Pues bien, sólo cabe esperar estupideces, miseria, discriminación, injusticia y dolor en cualquier pocilga tercermundista donde manda el cristianismo.
Ser colombiano sólo me produce un sentimiento de asco - supongo que es el precio que hay que pagar por tener salud mental.
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