Uno de los problemas de la comunidad atea es que no hemos conseguido hacer transmitir nuestro mensaje. Hasta el cansancio luchamos para que las personas entiendan que el ateísmo no es una religión y no funciona de la misma manera, así como un "Apagado" no es ningún canal de televisión ni una frecuencia de radio.
Sin embargo, nos siguen concibiendo como si fuéramos una religión. Que nos creemos moralmente superiores a los creyentes, que queremos acabar a como dé lugar con la religión, que pretendemos imponer nuestra visión sobre los pobres y crucificados creyentes.
Ellos, creen que simplemente deberíamos quedarnos callados, en un rincón, al fin y al cabo, dios no existe, ¿por qué jodemos y tenemos que reunirnos, y reclutar gente en una secta que le rinde culto a la Razón?
Pues bien, resulta que todo esto se lo debemos a un problema de imagen. El ateísmo, y los ateos, hemos sido estigmatizados durante siglos, por todas las supersticiones que ven a la duda como enemiga y la disidencia como traición.
Así que en primer lugar, nos reunimos porque tenemos derecho a vivir nuestras vidas de manera tranquila, sin ser objeto de abusos y discriminaciones, sin que nadie arquee la ceja cuando decimos que somos ateos como si nos hubiéramos levantado de la mesa, cogido el tenedor y amenazado al comensal vecino.
Otro de los motivos es por cuestiones sociales. Si bien no existe el activismo ateo como tal (así como no hay activismo de los que no juegan póker), no entendemos por qué en un país en teoría laico, se desvían fondos del Estado, acumulados con dinero de los contribuyentes de todas las creencias, para promover un conjunto de creencias que no todos suscribimos. Tenemos el derecho y el deber ciudadano de defender la estricta separación entre las iglesias y el Estado.
Asimismo, hemos tenido la desagradable sorpresa de tener que presenciar cómo las instituciones religiosas buscan interferir en la política pública e imponer sus dogmas al resto de la sociedad, tanto crédulos propios como ajenos y a los incrédulos. Invocando nuestra libertad de asociación, consideramos más que lógico reunirnos para defender el laicismo del Estado (así como sería completamente comprensible que los no-jugadores de póker hicieran asociaciones con el fin de evitar que los que sí juegan impusieran las reglas de su juego en el resto de la sociedad - esa es la pequeña diferencia).
Por si no fuera suficiente, en nuestra calidad de ciudadanos tenemos la mala fortuna de ser testigos cómo la sociedad es envenenada con los criterios religiosos para promover el odio y la discriminación. Junto con nosotros, también han sido víctimas de los prejuicios religiosos las personas de las comunidades LGBTI y las mujeres (y hace no tanto tiempo, los afrodescendientes). Creemos en una sociedad incluyente, en el que cada quién pueda desarrollar su personalidad como a bien tenga y nos patea, o al menos a mí me cae como una patada en el estómago, que haya ciudadanos de segunda y de primera, según determinada religión. Nos oponemos fervientemente a esto - los derechos se adquieren por el hecho de nacer, no por cómo piensan, sienten o gustan las personas.
En esta espiral de degradación humana que son las supersticiones, además, nos hemos encontrado con que aprovechan que los recién nacidos no tienen los elementos de juicio necesarios para decidir si quieren formar parte o no de la religión de sus padres, quienes aprovechan para etiquetarlos en tal o cuál creencia, impidiéndoles crecer libremente, amputándoles su derecho a elegir y causándoles una atrofia emocional profunda -odio a sus cuerpos, sus funcionciones naturales y sus impulsos- que les dirán que debe ser tratada mediante la adicción al amigo imaginario de turno. Sí, aquí mismo estoy afirmando que quien se abstiene de asustar a un niño con tétricos cuentos acerca de un lugar donde arderá por toda la eternidad es moralmente superior a quien tiene la osadía de causarle dicho tormento.
Los niños son personas y no propiedades, como un carro o una tienda, para llenar de pegatinas de la Virgen. Como personas, nacen libres y no hay suficeinte "libertad religiosa" sobre la faz de la Tierra que amerite cercenarles esa libertad.
Los ateos militantes consideramos que en el mejor de los casos, la fe es estúpida, y en el peor de los casos es peligrosa. Tenemos la libertad de expresión para decirlo y no nos callaremos. No somos una secta, ni un culto a la Razón. Todo el que quiera sumarse a las causas aquí expuestas, es bienvenido. No le decimos ni cómo, ni con quién, ni cuándo debe tener sexo, ni qué libros leer -o no leer- o qué comida comer. Creemos en unas libertades y una igualdad mínimas, que las religiones están obstaculizando como pueden y vamos a luchar por ellas, así como hay otras ONG's que luchan por otro tipo de causas -y en ocasiones las mismas-.
Que seamos enemigos declarados de la religión, no significa que nuestras reuniones sean lo mismo pero a la inversa (¿y qué clase de reduccionismo estúpido es ese?).
Sin embargo, nos siguen concibiendo como si fuéramos una religión. Que nos creemos moralmente superiores a los creyentes, que queremos acabar a como dé lugar con la religión, que pretendemos imponer nuestra visión sobre los pobres y crucificados creyentes.
Ellos, creen que simplemente deberíamos quedarnos callados, en un rincón, al fin y al cabo, dios no existe, ¿por qué jodemos y tenemos que reunirnos, y reclutar gente en una secta que le rinde culto a la Razón?
Pues bien, resulta que todo esto se lo debemos a un problema de imagen. El ateísmo, y los ateos, hemos sido estigmatizados durante siglos, por todas las supersticiones que ven a la duda como enemiga y la disidencia como traición.
Así que en primer lugar, nos reunimos porque tenemos derecho a vivir nuestras vidas de manera tranquila, sin ser objeto de abusos y discriminaciones, sin que nadie arquee la ceja cuando decimos que somos ateos como si nos hubiéramos levantado de la mesa, cogido el tenedor y amenazado al comensal vecino.
Otro de los motivos es por cuestiones sociales. Si bien no existe el activismo ateo como tal (así como no hay activismo de los que no juegan póker), no entendemos por qué en un país en teoría laico, se desvían fondos del Estado, acumulados con dinero de los contribuyentes de todas las creencias, para promover un conjunto de creencias que no todos suscribimos. Tenemos el derecho y el deber ciudadano de defender la estricta separación entre las iglesias y el Estado.
Asimismo, hemos tenido la desagradable sorpresa de tener que presenciar cómo las instituciones religiosas buscan interferir en la política pública e imponer sus dogmas al resto de la sociedad, tanto crédulos propios como ajenos y a los incrédulos. Invocando nuestra libertad de asociación, consideramos más que lógico reunirnos para defender el laicismo del Estado (así como sería completamente comprensible que los no-jugadores de póker hicieran asociaciones con el fin de evitar que los que sí juegan impusieran las reglas de su juego en el resto de la sociedad - esa es la pequeña diferencia).
Por si no fuera suficiente, en nuestra calidad de ciudadanos tenemos la mala fortuna de ser testigos cómo la sociedad es envenenada con los criterios religiosos para promover el odio y la discriminación. Junto con nosotros, también han sido víctimas de los prejuicios religiosos las personas de las comunidades LGBTI y las mujeres (y hace no tanto tiempo, los afrodescendientes). Creemos en una sociedad incluyente, en el que cada quién pueda desarrollar su personalidad como a bien tenga y nos patea, o al menos a mí me cae como una patada en el estómago, que haya ciudadanos de segunda y de primera, según determinada religión. Nos oponemos fervientemente a esto - los derechos se adquieren por el hecho de nacer, no por cómo piensan, sienten o gustan las personas.
En esta espiral de degradación humana que son las supersticiones, además, nos hemos encontrado con que aprovechan que los recién nacidos no tienen los elementos de juicio necesarios para decidir si quieren formar parte o no de la religión de sus padres, quienes aprovechan para etiquetarlos en tal o cuál creencia, impidiéndoles crecer libremente, amputándoles su derecho a elegir y causándoles una atrofia emocional profunda -odio a sus cuerpos, sus funcionciones naturales y sus impulsos- que les dirán que debe ser tratada mediante la adicción al amigo imaginario de turno. Sí, aquí mismo estoy afirmando que quien se abstiene de asustar a un niño con tétricos cuentos acerca de un lugar donde arderá por toda la eternidad es moralmente superior a quien tiene la osadía de causarle dicho tormento.
Los niños son personas y no propiedades, como un carro o una tienda, para llenar de pegatinas de la Virgen. Como personas, nacen libres y no hay suficeinte "libertad religiosa" sobre la faz de la Tierra que amerite cercenarles esa libertad.
Los ateos militantes consideramos que en el mejor de los casos, la fe es estúpida, y en el peor de los casos es peligrosa. Tenemos la libertad de expresión para decirlo y no nos callaremos. No somos una secta, ni un culto a la Razón. Todo el que quiera sumarse a las causas aquí expuestas, es bienvenido. No le decimos ni cómo, ni con quién, ni cuándo debe tener sexo, ni qué libros leer -o no leer- o qué comida comer. Creemos en unas libertades y una igualdad mínimas, que las religiones están obstaculizando como pueden y vamos a luchar por ellas, así como hay otras ONG's que luchan por otro tipo de causas -y en ocasiones las mismas-.
Que seamos enemigos declarados de la religión, no significa que nuestras reuniones sean lo mismo pero a la inversa (¿y qué clase de reduccionismo estúpido es ese?).
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