Aunque en ocasiones no estoy de acuerdo con Vladdo (y me sigue pareciendo una bobada la razón por la que me bloqueó de Twitter, ya que nunca le falté al respeto), hay veces que él acierta con ganas.
Eso es indudable. La reacción ante el evidente racismo de la revista Hola inspiró una valiosa columna del caricaturista que retrata muy bien el problema de discriminación en el país. Esta fue mi parte favorita (el resaltado es mío):
De hecho, para muchos -aún no cristianos- es normal que el Estado promueva con los impuestos de todos, las tradiciones de las sectas judeo-cristianas, sin detenerse a pensar por un momento sobre la vulneración de los derechos de los demás.
Incluso, han llegado a decirme que me quejo por el hecho de ser ateo, como si ejercer los derechos a los que tengo como humano tuvieran ciertas restricciones si elijo opciones políticamente incorrectas y como si el Estado estuviera facultado para promover unas opciones de vida por encima de otras.
Resulta refrescante encontrar que alguien por fuera de la comunidad lo entienda y lo denuncie.
Eso es indudable. La reacción ante el evidente racismo de la revista Hola inspiró una valiosa columna del caricaturista que retrata muy bien el problema de discriminación en el país. Esta fue mi parte favorita (el resaltado es mío):
Aquí se discrimina a los negros, a los indígenas, a los gays, a las lesbianas, a los transgeneristas. Y no sólo a ellos: también son víctimas de señalamientos los pobres, los que tienen limitaciones físicas, las personas con problemas de estatura, los de izquierda, los ateos y los extranjeros que vienen de países supuestamente menos ‘educados’ o más atrasados que el nuestro. Así somos, pero no lo admitimos; nos negamos a aceptar dicho comportamiento y decimos ser una sociedad abierta, así a la vez hablemos de ‘gente bien’, trazando una odiosa frontera entre esas personas y el ‘populacho’.
De hecho, para muchos -aún no cristianos- es normal que el Estado promueva con los impuestos de todos, las tradiciones de las sectas judeo-cristianas, sin detenerse a pensar por un momento sobre la vulneración de los derechos de los demás.
Incluso, han llegado a decirme que me quejo por el hecho de ser ateo, como si ejercer los derechos a los que tengo como humano tuvieran ciertas restricciones si elijo opciones políticamente incorrectas y como si el Estado estuviera facultado para promover unas opciones de vida por encima de otras.
Resulta refrescante encontrar que alguien por fuera de la comunidad lo entienda y lo denuncie.
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