Libby Anne está haciendo un trabajo asombroso destapando lo podrida que es la cultura de la 'pureza' (esa estupidez cristiana de no tener sexo hasta que uno se casa).
Los problemas de esta repugnante cultura van desde pedirle a las niñas que encuentren su valor en los hombres de sus vidas, al dolor causado por pedirles que hagan promesas antes de que sean capaces de comprender realmente lo que significan en su totalidad.
También causa disfunción sexual:
Los problemas de esta repugnante cultura van desde pedirle a las niñas que encuentren su valor en los hombres de sus vidas, al dolor causado por pedirles que hagan promesas antes de que sean capaces de comprender realmente lo que significan en su totalidad.
También causa disfunción sexual:
Cuando empecé a salir con el joven que se convertiría en mi esposo, yo no tenía sentimientos sexuales hacia él. No había fantasías sexuales. Ningún deseo sexual. Ninguno. Cuando le dije esto, se preocupó, mucho. Insistió en que esto no era normal, pero yo no tenía manera de saber, nada con qué compararlo.
Después de unos meses, sí empecé a tener fantasías sexuales. Pero todas ellas eran fantasías de sexo no consentido. ¿Por qué? Debido a que en algún nivel intuitivo eso las hacía más seguras, menos tabú y menos pecaminosas. Después de todo, en estas fantasías, yo no tenía elección. Yo no tenía agencia sexual. Yo no estaba eligiendo tener sexo. Yo no estaba activa. No era que yo quisiera fantasear sobre sexo no consentido, sino como un resultado de la cultura de la pureza y mi supresión de mi sexualidad, este fue el único tipo de sexo con el que podía fantasear.
Cuando mi marido y yo comenzamos a tener sexo, encontramos que la única manera en que yo podía llegar al orgasmo era pretendiendo que nuestro sexo no era consensual. Era como si imaginar e imitar ser forzada fuera la única manera en que realmente podía soltarme, desprenderme de mí misma, y darme permiso de sentir placer sexual. Ser un agente sexual activo, incluso en mis pensamientos, había sido un no-no hacía tanto tiempo que esta supresión se había interiorizado en mi cerebro. Literalmente nos tomó años encontrar una manera para que yo tuviera orgasmos sin pretender que nuestro sexo no era consensual. No tengo nada en contra de las personas que simplemente disfrutan de este tipo de juegos sexuales o ese tipo de fantasías, y no estoy diciendo que sea malo. Es que yo realmente quería ser capaz de experimentar el orgasmo sin tener que fingir que el sexo no era consensual.
Ya han pasado algunos años y las cosas han mejorado. Puedo tener orgasmos sin pretender que nuestro sexo no es consensual, y ahora tengo fantasías sexuales en las que soy un agente sexual activo. Hay algunas cosas en las que todavía estoy trabajando, porque este tipo de patrones de pensamiento no desaparecen de la noche a la mañana, pero estoy segura de que estoy en el camino correcto y tengo un futuro sexual brillante.
¿Cómo me pasó esto a mí? Es muy sencillo, de hecho. Pasé los primeros veinte años de mi vida suprimiendo todo impulso sexual, pensamiento o deseo. Yo, literalmente, me convertí esencialmente en asexual. Literalmente. Mi sexualidad estaba muerta, porque la había matado. La había sacrificado en el altar de la cultura de la pureza en el deseo de hacerme pura y santa. Y, sin embargo, siempre me habían enseñado que una vez que me casara yo experimentaría un sexo despreocupado, retozante, extático, increíble de una talla que no podía imaginar. Hay una desconexión aquí. ¿Cómo se supone que uno va desde ser sexualmente reprimida y extinta a ser un ser sexual activo y pleno?
A mí me enseñaron mientras crecía que cada pensamiento o deseo sexual fuera del matrimonio es pecado. Creyendo esto, pasé veinte años trabajando duro para no pensar en el sexo, y lo logré. Yo era esencialmente asexual. Y entonces, con mi marido, se suponía que yo de repente debía pensar en sexo. Mi mente se rebeló. Mi adoctrinamiento de mi propio cerebro había sido muy exitoso. Mi disfunción sexual era natural.
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