Siguiendo con mis pinitos de crítica audiovisual, hay un tema al que le vengo dando vueltas y no sabía muy bien cómo introducirlo. Afortunadamente Charlie November de ALT1040 anotó los cinco clichés de ciencia ficción que no nos importaría perder de vista y es ahí, en esa categoría, en donde cabe perfectamente mi reflexión.
El cliché de ciencia ficción que a mí no me molestaría perder de vista es el neoludismo. A ver me explico:
El ludismo fue, inicialmente, un movimiento obrero inglés que se oponía a la industrialización porque esto significaba despedir trabajadores y que las máquinas los reemplazaran. Por eso destruían las máquinas, siguiendo el patético ejemplo de Ned Ludd, al destruir un telar en medio de una pataleta.
Los luditas contemporáneos se oponen y temen al desarrollo tecnológico, la revolución digital, la inteligencia artificial y los avances informáticos. Ya no es que odien las máquinas sino que odian la tecnología, sus desarrollos y sus herramientas - que ocasionalmente son máquinas.
Alguna que otra vez me he cruzado en Internet (!) con un militante de esta irracional secta (y no ha sido coincidencia que se oponga a los transgénicos y la energía nuclear). Sus falacias argumentativas y temor al avance tecnológico parece sacado de algunas películas de ciencia ficción, que han puesto la tecnología en su punto de mira y han disparado a discreción.
No me atrevería a ponerle una fecha de partida a esta tendencia, que en la cultura popular podría regresar hasta 1726 con Los Viajes de Gulliver, de Johnatan Swift, en donde el autor no deja pasar la oportunidad de irse lanza en ristre contra Henry David Thoreau, Ralph Waldo Emerson y la Royal Society (a todas estas, resulta irónico que a todo un ludita como Mohandas Gandhi lo comparen con Thoreau). Sin embargo, creo que vale la pena hacer un rápido reconteo desde la década del 80.
En 1982 se estrena Blade Runner, que consiste en que un policía retirado, interpretado por Harrison Ford, vuelve a estar activo cuando unos replicantes, clones-cyborgs humanos, se escapan de la colonia que les correspondía.
Dos años más tarde se estrenó la primera película de la saga Terminator, con Arnold Schwarzenegger, que a lo largo de más de tres películas trata, más o menos, de una guerra entre las máquinas y los seres humanos.
La televisión tampoco sería ajena al cliché neoludita. Las dos secuelas de Not Quite Human dan buena cuenta de esto. Ese miedo a las máquinas se ha vuelto vertiginosamente más frecuente en la pantalla durante la última década.
En 1999 se estrena toda la trama de esa serie de películas con espectaculares efectos especiales protagonizadas por Keanu Reeves, Matrix y sus secuelas, que trata sobre la guerra entre máquinas y seres humanos... además del particularmente determinsta toque de complejo de libre albedrío y de poderes de semidios.
En 2004, una vez salió de los teatros la trilogía de los hermanos Wachowski, llegó a la gran pantalla una adaptación de la novela I, Robot del genial Isaac Asimov, protagonizada por Will Smith. Una vez más, la tecnología y nuestra dependencia de ella pone en peligro a la humanidad y algo de lo más preciado que poseemos: nuestras libertades civiles. Es casi una perversión sugerir un arco argumental de este tipo que desconoce que la mayor máquina jamás creada podría obviar las tres leyes de la robótica.
Casi sin habernos recuperado de eso, apareció Stealth, que consiste en un avión militar super tecnológico que llega al punto de volverse contra sus creadores y poner en riesgo a los mejores pilotos de la USAF. Ciertamente existen mejores opciones para ver a Jessica Biel ligera de ropa o sin ropa, o mejor aún, teniendo sexo.
Y a pesar de lo variada que podría ser la ciencia ficción, incluso las películas de este género para niños ha adoptado esta morbosa fascinación por la libertina y peligrosa emancipación de las máquinas. Para no ir muy lejos, WALL·E es el mejor ejemplo de esto... además de mostrarnos muy gráficamente, casi que con plastilina, en qué derivan los monopolios capitalistas en conjunto con la depredación del medio ambiente.
Y no es de extrañar que los actores -y la temática- vuelvan y se repitan. No feliz con haber sido un actor de reparto en I, Robot, Shia LaBeouf protagonizó Transformers -y sus dos pobres aunque taquilleras secuelas- y la película del Gran Hermano hecho robot, Eagle Eye, que una vez más, desfilan en el aparente debate sobre lo peligrosa que es la tecnología.
A pesar de haber disfrutado mucho algunas de las propuestas de libreto y gozado unos efectos especiales haciéndole compañía a una buena historia en muchos de los casos mencionados, es hora de dejar de lado este cliché maquino-apocalíptico y mesiánico-ludita y explorar nuevas propuestas de la ciencia ficción, antes de que termine convertida en anticiencia-ficción.
El cliché de ciencia ficción que a mí no me molestaría perder de vista es el neoludismo. A ver me explico:
El ludismo fue, inicialmente, un movimiento obrero inglés que se oponía a la industrialización porque esto significaba despedir trabajadores y que las máquinas los reemplazaran. Por eso destruían las máquinas, siguiendo el patético ejemplo de Ned Ludd, al destruir un telar en medio de una pataleta.
Los luditas contemporáneos se oponen y temen al desarrollo tecnológico, la revolución digital, la inteligencia artificial y los avances informáticos. Ya no es que odien las máquinas sino que odian la tecnología, sus desarrollos y sus herramientas - que ocasionalmente son máquinas.
Alguna que otra vez me he cruzado en Internet (!) con un militante de esta irracional secta (y no ha sido coincidencia que se oponga a los transgénicos y la energía nuclear). Sus falacias argumentativas y temor al avance tecnológico parece sacado de algunas películas de ciencia ficción, que han puesto la tecnología en su punto de mira y han disparado a discreción.
No me atrevería a ponerle una fecha de partida a esta tendencia, que en la cultura popular podría regresar hasta 1726 con Los Viajes de Gulliver, de Johnatan Swift, en donde el autor no deja pasar la oportunidad de irse lanza en ristre contra Henry David Thoreau, Ralph Waldo Emerson y la Royal Society (a todas estas, resulta irónico que a todo un ludita como Mohandas Gandhi lo comparen con Thoreau). Sin embargo, creo que vale la pena hacer un rápido reconteo desde la década del 80.
En 1982 se estrena Blade Runner, que consiste en que un policía retirado, interpretado por Harrison Ford, vuelve a estar activo cuando unos replicantes, clones-cyborgs humanos, se escapan de la colonia que les correspondía.
Dos años más tarde se estrenó la primera película de la saga Terminator, con Arnold Schwarzenegger, que a lo largo de más de tres películas trata, más o menos, de una guerra entre las máquinas y los seres humanos.
La televisión tampoco sería ajena al cliché neoludita. Las dos secuelas de Not Quite Human dan buena cuenta de esto. Ese miedo a las máquinas se ha vuelto vertiginosamente más frecuente en la pantalla durante la última década.
En 1999 se estrena toda la trama de esa serie de películas con espectaculares efectos especiales protagonizadas por Keanu Reeves, Matrix y sus secuelas, que trata sobre la guerra entre máquinas y seres humanos... además del particularmente determinsta toque de complejo de libre albedrío y de poderes de semidios.
En 2004, una vez salió de los teatros la trilogía de los hermanos Wachowski, llegó a la gran pantalla una adaptación de la novela I, Robot del genial Isaac Asimov, protagonizada por Will Smith. Una vez más, la tecnología y nuestra dependencia de ella pone en peligro a la humanidad y algo de lo más preciado que poseemos: nuestras libertades civiles. Es casi una perversión sugerir un arco argumental de este tipo que desconoce que la mayor máquina jamás creada podría obviar las tres leyes de la robótica.
Casi sin habernos recuperado de eso, apareció Stealth, que consiste en un avión militar super tecnológico que llega al punto de volverse contra sus creadores y poner en riesgo a los mejores pilotos de la USAF. Ciertamente existen mejores opciones para ver a Jessica Biel ligera de ropa o sin ropa, o mejor aún, teniendo sexo.
Y a pesar de lo variada que podría ser la ciencia ficción, incluso las películas de este género para niños ha adoptado esta morbosa fascinación por la libertina y peligrosa emancipación de las máquinas. Para no ir muy lejos, WALL·E es el mejor ejemplo de esto... además de mostrarnos muy gráficamente, casi que con plastilina, en qué derivan los monopolios capitalistas en conjunto con la depredación del medio ambiente.
Y no es de extrañar que los actores -y la temática- vuelvan y se repitan. No feliz con haber sido un actor de reparto en I, Robot, Shia LaBeouf protagonizó Transformers -y sus dos pobres aunque taquilleras secuelas- y la película del Gran Hermano hecho robot, Eagle Eye, que una vez más, desfilan en el aparente debate sobre lo peligrosa que es la tecnología.
A pesar de haber disfrutado mucho algunas de las propuestas de libreto y gozado unos efectos especiales haciéndole compañía a una buena historia en muchos de los casos mencionados, es hora de dejar de lado este cliché maquino-apocalíptico y mesiánico-ludita y explorar nuevas propuestas de la ciencia ficción, antes de que termine convertida en anticiencia-ficción.
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