Desde hace tres meses Irán vive un estado de agitación civil desde que la policía de la pureza castigó a la tursita blasfema Mahsa Amini, quien tuvo la osadía de llevar levantado su hijab obligatorio unos cuantos milímetros. La religión de la paz fue vengada exitosamente, puesto que Amini murió de las heridas no sin antes sufrir un trauma a la cabeza, un paro cardíaco y estar en coma durante dos días.
El incidente dio inicio a una serie de actos de protesta y desafío en los que el pueblo le ha dado rienda suelta a la islamofobia. Hasta las colegialas han demostrado su intolerancia atreviéndose a quitarse el hijab y caminar por la calle con el cabello descubierto. Incluso ha habido incidentes en los que los protestantes han exhibido su fanatismo tumbándole el turbante a los clérigos.
Los pobrecitos musulmanes oprimidos del régimen iraní no se quedaron de brazos cruzados, así que respondieron tan religiosamente como les fue posible y ya empezaron a repartir penas de muerte. Y ni cortos ni perezosos, tampoco se han tardado en ejecutar las sentencias — esta semana regresaron las ejecuciones en público, cuando el régimen de Jomeini llevó a cabo la segunda pena de muerte por instigar toda esta islamofobia: