En abril de 1994, en Ruanda empezó una matanza que se extendió durante tres meses, en los que integrantes de la etnia hutu asesinaron a cerca de 800.000 personas, en un intento de acabar con la etnia 'rival' tutsi, y en la que también cayeron hutus que no estaban dispuestos a participar del genocidio. La religión jugó un papel clave, pues sacerdotes, monjas y obispos participaron de la masacre y la incitaron desde sus púlpitos, en las estaciones de radio de la Iglesia y en los periódicos — cuando los perseguidos se refugiaban en las iglesias, los mensajeros de dios se lo indicaban a los escuadrones de la muerte del Gobierno (de mayoría hutu). Puro amor cristiano, pues.
Ahora, después de 22 años, parece que la Iglesia Católica en Ruanda admitió su responsabilidad en el genocidio y presentó disculpas: