Creo que cualquier persona que se precie de ser racional sentiría un fresquito de enterarse que un espiritista ha sido acusado de estafador, que un vendedor de aire enfrentará las consecuencias de engañar a los demás, que a un charlatán por fin le caerá todo el peso de la ley.
Y entonces el caso que parecía empezar este sobrecogedor triunfo de la razón y la protección del ingenuo ciudadano incauto y su dinero, de repente
empieza a revelar inquietantes irregularidades: