El cambio climático es una amenaza existencial para la raza humana y muchas de las especies con las que compartimos el planeta, así que no es infrecuente encontrar hábitos y cambios en los estilos de vida que muchas personas han adoptado con el fin de poner su granito de arena contra el cambio climático.
Muy seguramente todos nosotros hemos hecho uno o varios de estos intentos por reducir nuestro impacto en el cambio climático: apagar las luces cuando salimos de una habitación, usar pitillos de metal en vez de plásticos, pedir el café en taza de porcelana en vez de vaso de papel, eliminar el uso de las bolsas plásticas, poner la lavadora con agua fría, tomar duchas más cortas, renunciar a la carne, comprar 'orgánico', no tener hijos, renunciar al carro particular, utilizar transporte público, comprar carro eléctrico, evitar productos en bandejas de icopor (poliestireno), y más.
Pero, ¿qué tanto impacto se reduce con estos pequeños sacrificios? Aunque no seré yo quien diga qué estos cambios no tienen ningún impacto, es razonable afirmar qué estos cambios en el estilo de vida, aunque muchos de ellos son loables, no van a contrarrestar de manera significativa la cantidad de gases efecto invernadero que estamos liberando actualmente.
Consideremos los hechos: la especie humana pone 162 millones de toneladas de dióxido de carbono cada día en la atmósfera, y el calentamiento extra acumulado es el equivalente al que se produciría al estallar 600.000 bombas atómicas como la de Hiroshima cada día. No es exagerado decir que es bastante. La gira de tuerca resulta ser que apenas 100 empresas son responsables de más del 70% de los gases efecto invernadero producidos.
O sea, cualquier estilo de vida que uno adopte tendrá un impacto positivo de más o menos el promedio de lo que uno entre ocho mil millones de personas haría sobre menos del 30% del calentamiento global — y eso es precisamente lo que han encontrado los estudios que han analizado el impacto de los cambios de comportamiento y hábitos que las personas asumen para reducir su huella ecológica: estos cambios no generan ningún impacto significativo en las emisiones de gases efecto invernadero.
En español castizo y coloquial, esto significa que mientras no se contrarreste a gran escala la producción de gases efecto invernadero, no hay ninguna cantidad de cambios en el estilo de vida y adopción de hábitos eco-amigables que puedan hacer mella en la velocidad con la que se está calentando el planeta , ni siquiera si fueran a ser adoptados de manera masiva, inmediata y permanente.
La triste realidad es que en el gran esquema de las cosas, el mayor logro que han conseguido los granitos de arena individuales mencionados arriba es el de hacerle creer a sinnúmero de personas que estaban contribuyendo a solucionar el problema cuando, puestos a hacer cuentas, en el mejor de los casos lo que realmente estaban haciendo era sacrificar algunas cosas y sentirse mejor consigo mismos.
Una conclusión equivocada de esto sería que entonces no hay cosas que podamos hacer — por supuesto que hay maneras en las cuales podemos aportar para contrarrestar el cambio climático a una escala en la que sí se consigan contrarrestar efectivamente la cantidad de gases efecto invernadero que se producen actualmente. Esos granitos de arena básicamente consisten en votar para crear, adoptar e implementar políticas públicas sistemáticas que contrarresten de manera significativa del cambio climático.
¿Qué políticas públicas servirían para este fin?