A finales de febrero,
U.S. PIRG —una organización que dice hacer activismo por los consumidores— publicó un informe en el que afirmaba haber encontrado
rastros de glifosato en vinos y cervezas. Los brazos de propaganda anti-glifosato, en ocasiones disfrazados de periodismo científico o de salud,
se apresuraron a reproducir las partes más explosivas del informe, que confirmaban su postura ideológica, y aprovecharon para volver a condenar su odiado glifosato, sin detenerse a analizar siquiera por dos segundos. De lo contrario, no habría habido necesidad de escribir este
post, pero pues aquí estamos.
Todo el asunto es absurdamente irónico: el principal argumento de estas piezas que saturaron Internet y estaban a la orden del día para compartir en redes sociales giraba entorno a la supuesta relación entre cáncer y glifosato, pero resulta que la mejor evidencia disponible apunta a que el
glifosato no causa cáncer. Que el propio informe del
U.S. PIRG dijera, además, que la
cantidad de glifosato que se había rastreado era ínfima no dio ni para una nota al pie de página. Aunque si de ignorar hechos incómodos se trata, el premio se lo tienen que repartir a partes iguales entre todos los que se apresuraron a publicar sobre estos resultados, y que se dejaron por fuera que el
licor es cancerígeno por sí mismo — incluso consumir una sola gota aumenta el riesgo de desarrollar cáncer.