Esta semana circula un video del sacerdote Carlos Emilio Morales, quien pretendía coger una calle en contravía y cuando otro conductor se lo impidió, se bajó para agredirlo y, como no pudo, se limitó a insultarlo:
Lo sorprendente no es lo que hizo el cura, sino que todos los demás se hayan sorprendido. Un sacerdote es, básicamente, alguien cuyo trabajo consiste en decirle a los demás que tiene la verdad absoluta y que tienen que creerle sin molestarse en aportar ninguna evidencia. En serio, ¿acaso esperan que alguien que se cree fuente de verdad y autoridad absoluta actúe de manera diferente?
En todo caso, este hecho sirve para demostrar que la sociedad colombiana tiene un serio problema de prioridades. La Iglesia Católica y sus esbirros violan el laicismo constitucional —¡cons-ti-tu-cio-nal!— todos los días y ningún medio de comunicación les dice nada (y tampoco a sus cómplices en cargos públicos).
¿Pero un curita rompe una simple contravención de tráfico y todos pierden la cabeza? A estas alturas debería ser meridianamente claro que esta gente cree estar por encima de las leyes y que a ellos no les aplican (¿cierto, Padre Chucho?). No hay nada nuevo en ello, así que es incomprensible todo el escándalo mediático que se ha armado por este caso cuando callan frente a casos comparativamente mucho más graves.
¿Dónde están todos esos indignados exigiéndole a la Iglesia que respete la Constitución y deje de meterse en las políticas públicas? Si nadie les dice nada cuando violan la Constitución, ¿por qué sería diferente cuando simplemente rompen una norma de tráfico?
(imagen: Telemedellín)
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