A pesar de que no estoy de acuerdo con lo que he leído de Cristina de la Torre sobre el conflicto interno, no significa que ella siempre se equivoque.
De hecho, esta vez coincido plenamente con ella, al advertir que la desaparición de Fernando Hinestrosa Forero representa una gran pérdida para la defensa del librepensamiento:
Y nos toca seguir resistiendo los ataques de la estupidez convencida, a pesar de la ausencia del gran Hinestrosa.
De hecho, esta vez coincido plenamente con ella, al advertir que la desaparición de Fernando Hinestrosa Forero representa una gran pérdida para la defensa del librepensamiento:
Con la muerte de Fernando Hinestrosa, rector del Externado, desaparece uno de los últimos bastiones del radicalismo que desde 1886 mantiene en alto la bandera de la libertad. Que no es poca cosa en esta Colombia de sable y sotana, cuyo más reciente estadio es el uribato. Versión postrera de la Regeneración, en una mano el fierro, el rosario en la otra. Así como el Externado nació en desafío del unanimismo que el régimen imponía y para dar cobijo a todos los perseguidos, a los expulsados del Rosario y de la Universidad Nacional que no comulgaban con la escolástica y el derecho canónico, tampoco su último mentor transigió con la tiranía ni con afrenta alguna contra la libertad de pensamiento. En aquel entonces, era la educación religiosa la arista más saliente del Estado confesional. Quien educara, mandaría. Afirmada en el yugo del Concordato con la Santa Sede, la Regeneración entregó la educación a los curas, instituyó cátedras obligatorias de religión, segregó a los tibios y fundió en uno solo los poderes de la Iglesia y el Estado.
El Externado fue flor solitaria en aquel desierto de finales del siglo XIX. Juan Camilo Rodríguez, miembro de número de la Academia de Historia, recuerda que hasta la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional estableció en 1890 que “la religión del Instituto es la católica, apostólica y romana. En sus enseñanzas y en sus prácticas, no se apartará de las doctrinas de la Iglesia”. Pese al asedio político, el Externado fue refugio de “malhechores”, que así les llamaban los regeneradores. Pero en sus aulas —escribe Rodríguez— “resurgiría el pensamiento moderno proscrito en otros establecimientos de educación por el régimen de la Regeneración. La consigna del padre Margallo en 1825 ‘Jesucristo o Bentham’, se cambiaría entonces por una más amplia en el púlpito incendiario del obispo de Pasto, Ezequiel Moreno, y repetida por muchos: ‘Jesucristo o liberalismo’”. Para asombro general, el procurador Ordóñez despacha según la ominosa disyuntiva. Y Simón Gaviria, jefe del liberalismo, respalda su reelección en el cargo. ¡Cuánto va del radicalismo liberal a las claudicaciones de un partido que no se sacude el sopor heredado del Frente Nacional y su alinderamiento con la derecha uribista! Cosa distinta sería que iniciativas como la restitución de tierras empezaran a devolverle a ese partido raigambre histórica y sintonía con el pueblo. Entonces se acercaría al radicalismo del siglo XIX.
La Regeneración vive. Con sus más densas telarañas, mutada la religión en política, y su ferocidad para negar el pensamiento libre. Por eso, la máxima de Fernando Hinestrosa que en otras latitudes es práctica consuetudinaria, resulta en Colombia revolucionaria: “El Externado es libre, abierto, independiente y laico. Es educación para la libertad, no para la obediencia”.
Y nos toca seguir resistiendo los ataques de la estupidez convencida, a pesar de la ausencia del gran Hinestrosa.
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