La bancada animalista del Congreso ha encontrado un argumento más para limitar las corridas de toros.
Resulta que la tauromaquia promovería la violencia en los niños, y por tal hay que separarlos como si fueran el agua y el aceite:
Por supuesto, como defensor de los toros -y enemigo de las corridas-, creo que el argumento es cierto y es válido. A los menores de edad no debería permitírseles entrar en un ambiente hostil y donde se celebra la muerte.
El problema es que me parece que este argumento está siendo aprovechado y que realmente a los legisladores poco o nada le importan los niños, ni lo que se les enseñe.
Al fin y al cabo, para ser completamente coherentes con esa postura, también debería prohibírsele el expendio de religión a los menores de edad. Los dogmas homófobos, sexistas, de odio del propio cuerpo, de discriminación al prójimo y de aceptar como verdaderas, afirmaciones extraordinariamente ridículas, que no tienen evidencia que las apoye, al fin y al cabo, también constituye maltrato infantil.
O sea, la propuesta de Sánchez más bien pasa por la utilización hipócrita de los niños y su carácter de especial protección para promover su agenda, antes que una real preocupación por los menores. Parece que el ejemplo de Gilma Jiménez cunde.
Resulta que la tauromaquia promovería la violencia en los niños, y por tal hay que separarlos como si fueran el agua y el aceite:
El senador Camilo Sánchez Ortega, promotor de la bancada animalista del Congreso, está impulsando una ley para prohibir la entrada de menores de edad a las corridas.
Según él, en Colombia "nos hacemos los locos" frente a la violencia que se promueve en las corridas y el ingreso de menores a las plazas.
"Donde hay violencia animal, hay violencia humana", aseguró Sánchez para explicar su teoría y el por qué de la necesidad de esa prohibición.
Por supuesto, como defensor de los toros -y enemigo de las corridas-, creo que el argumento es cierto y es válido. A los menores de edad no debería permitírseles entrar en un ambiente hostil y donde se celebra la muerte.
El problema es que me parece que este argumento está siendo aprovechado y que realmente a los legisladores poco o nada le importan los niños, ni lo que se les enseñe.
Al fin y al cabo, para ser completamente coherentes con esa postura, también debería prohibírsele el expendio de religión a los menores de edad. Los dogmas homófobos, sexistas, de odio del propio cuerpo, de discriminación al prójimo y de aceptar como verdaderas, afirmaciones extraordinariamente ridículas, que no tienen evidencia que las apoye, al fin y al cabo, también constituye maltrato infantil.
O sea, la propuesta de Sánchez más bien pasa por la utilización hipócrita de los niños y su carácter de especial protección para promover su agenda, antes que una real preocupación por los menores. Parece que el ejemplo de Gilma Jiménez cunde.
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